lunes, 2 de mayo de 2016

El homúnculo de Maimónides.



Moses ben Maimon, conocido como Maimónides, estudió con el profeta Elijah, que no sólo le reveló todos los misterios de la Torá y de las ciencias sino que también le entregó dos libros secretos -El Libro de la Creación y El Libro de la Sanación. Con la ayuda de estos dos textos maravillosos, Maimónides pudo comprender los mayores secretos de la naturaleza y curar todas las enfermedades. Su fama se expandió por toda Europa, y en las más distantes tierras la gente hablaba de la gran sabiduría del famoso doctor judío de Córdoba.

Sucedió que el único hijo de un rico hombre de negocios de Londres, cuya sed de conocimiento no podía ser saciada por los maestros de su propio país, abandonó en secreto el hogar de sus padres y viajó a Córdoba. No resultaría suficiente, pensó el joven, convertirse en discípulo de este doctor; quería observar al tan estimado hombre en su propia casa y averiguar los secretos y misterios que el maestro guardaba tan sólo para sí. Por tanto, el joven empleó un hábil plan para conseguir su propósito. Se presentó ante el rabino, vestido de forma modesta y pobre, aparentando ser tonto. Con expresiones lastimeras y gestos de súplica hizo entender al rabino que quería entrar a su servicio.

Maimónides se conmovió ante lo que el destino había deparado al joven y lo aceptó como sirviente. Y, en virtud de sus atenciones y puntualidad, el silente criado se ganó el favor de su amo hasta tal punto que en poco tiempo consiguió ser convocado para que le ayudara con sus experimentos. Durante este tiempo el estudiante aumentó asimismo sus conocimientos teóricos. En cada ausencia de su amo estudiaba los libros y trabajos de su maestro con gran diligencia, de tal modo que en pocos años era casi su igual.

Sucedió que un distinguido cortesano cayó enfermo de un misterioso mal. Aunque no había signos externos en ninguna parte de su cuerpo, de vez en cuando caía en un estado de frenesí y giraba sobre sí mismo, como guiado por fuerzas invisibles, hasta que caía al suelo exhausto.

Las artes de todos los médicos españoles fueron inútiles; la enfermedad empeoraba y empeoraba, y la vida del cortesano corría grave peligro. Como último recurso fueron a buscar al médico judío Maimónides que, inmediatamente, vio cuál era el problema. "Este enfermo tiene un gusano en su cerebro. Sólo hay una manera de salvarlo: taladrar el cráneo y extirpar el gusano." Durante mucho tiempo, el cortesano no se decidió a someterse a la operación. Pero como la enfermedad seguía empeorando, finalmente accedió.

Maimónides y su mudo sirviente fueron a casa del enfermo con todo el instrumental necesario para encontrarse con que una gran cantidad de médicos se habían agolpado allí para presenciar el procedimiento. Con mano firme y hábil, Maimónides realizó la peligrosa operación. Retiró una parte del cráneo y pudieron observar el gusano que se hallaba inmóvil sobre el delicado tejido cerebral. Todos quedaron asombrados ante la sabiduría y habilidad del doctor judío. Entonces Maimónides tomó unas pinzas para retirar el gusano. Justo entonces, una extraña voz a su espalda gritó, "¡Deteneos, maestro! ¡Vais a matar a ese hombre!" Sorprendido, Maimónides dejó caer las pinzas y se volvió asombrado hacia quien había hablado. Era su sirviente. "¿Qué es esto? ¿Me has engañado?", preguntó un furioso Maimónides. "Perdonadme, maestro. Más tarde os explicaré el motivo de mi engaño. Pero ahora debemos salvar al enfermo. Mirad, el gusano ha estado succionando con fuerza el cerebro, y si lo sacáis por la fuerza se lesionará el órgano y se perderá la vida de este hombre." "¿Qué podemos hacer para extraer el gusano?", preguntó Maimónides. "Señor", replicó el estudiante, "vos mismo lo explicasteis en vuestros escritos. Acercad una planta al lugar y el gusano abandonará su posición para penetrar en ella." De modo que Maimónides hizo traer una planta, el cortesano sanó, y Maimónides se convirtió en el médico oficial del rey.

Después de esta operación, Maimónides perdonó el engaño de su pupilo y lo trató casi como a un igual. Con el tiempo los dos se hicieron inseparables. Realizaban la mayor parte de sus investigaciones en común, y cuando uno de ellos llegaba a un callejón sin salida, el otro acudía en su auxilio. De este modo estudiaron juntos casi todas las ramas del conocimiento.

Un día, estando sentados juntos en el estudio, el maestro dijo, "Veo que casi me has sobrepasado en conocimientos. Porque has asimilado enseguida lo que a mí me costó años de lucha comprender. Y tu poderoso espíritu libre puede ir mucho más allá que el mío, porque está más en consonancia con asuntos mundanos que el mío. Por tanto, sigamos juntos un camino nunca hollado por las pasadas generaciones. Observemos los secretos de la creación y la destrucción en la naturaleza y después resolvamos el gran enigma de la creación." "Mi señor y maestro,", contestó el joven, "Todavía soy joven y no sé distinguir lo verdadero de lo falso. Aún no comprendo hasta qué punto le es permitido al espíritu humano adentrarse en los secretos de la naturaleza, pero tal atrevimiento me parece pecaminoso para un simple mortal y sólo puede incitar la ira del Creador." "Todo esto", replicó el maestro haciendo un gesto con su brazo, "pertenece al espíritu humano, que puede contemplarlo y emplearlo como desee. El espíritu humano puede buscar hasta encontrar la verdad, puede incluso crear un mundo." "Señor, vuestras palabras me aterran. Sin embargo, estoy listo para seguiros a dondequiera que esto nos pueda encaminar. Junto a vos no puedo tropezar."

"Una vez más reconozco a mi valioso discípulo", dijo Maimónides, mientras se volvía hacia la estantería y tomaba un gran manuscrito de El libro de la Creación del interior de un cajón oculto.

"¿Has leído algo de este libro?", preguntó. "Lo he leído a menudo con asombro -y no sin terror- por las maravillas que contiene", contestó el discípulo. "¿Cuál es tu opinión sobre los secretos que alberga?", preguntó Maimónides. "Dudo que sean ciertos", dijo el discípulo, "Pero parece que vuestro poderoso espíritu desea ser persuadido."

"Experimentaremos", dijo Maimónides. Abrió el libro y señaló un párrafo concreto. "Aquí dice, «matar un hombre sano, cortar su cuerpo en pedazos, y poner los pedazos en un contenedor de vidrio en el que se haya hecho el vacío. Espolvorearlo con una esencia extraída de la savia del Árbol de la Vida y el bálsamo de la Inmortalidad, y tras nueve meses las piezas de este cuerpo volverán a la vida. Será un cuerpo inmortal e imposible de dañar»."

"Maestro, ¿a quién elegiremos para tan peligroso experimento?", preguntó ansioso el joven. "A tí o a mí", respondió Maimónides, "el azar decidirá. Pero primero juremos, en Nombre del Eterno, que el superviviente permitirá que las partes muertas maduren y nunca, por ninguna razón, destruirá con hipocresía el contenedor, con el fin de terminar con la vida del embrión." Ambos hombres posaron sus manos sobre el Sagrado Pergamino y juraron ante el Todopoderoso. Echadas las suertes, le tocó al discípulo. Maimónides conjuró al Ángel de la Muerte, y el joven cayó al suelo sin vida. Maimónides cortó el cuerpo en pedazos, los puso en un contenedor de vidrio, lo espolvoreó con la esencia maravillosa y abandonó el aposento, que cerró cuidadosamente y al que no entró durante cuatro meses.

Finalmente, torturado por la duda y la curiosidad, escudriñó la masa de carne muerta. Y, maravilla de las maravillas, ya no había pedazos cortados, sino miembros estructurados, como si hubieran cristalizado en el contenedor de vidrio. Lleno de felicidad por la restauración de su discípulo, abandonó el aposento y esperó un mes. Al quinto mes ya se podía reconocer la forma de un cuerpo humano. Al sexto eran visibles arterias y nervios, y en el séptimo podían percibirse movimiento y vida en los órganos. El investigador, sin embargo, se preocupó. Ahora Maimónides se convenció de la veracidad de El libro de la Creación. Y quedó aterrado por el futuro. "¿Qué horrores aguardan a la especie humana si permito que ésto dé fruto? Si este hombre inmortal, con todo su poder, vaga entre sus hermanos, ¿acaso no será deificado y adorado y no será la santa revelación, las Leyes de Moisés, negada y con el tiempo enteramente olvidada?" Así discurrió Maimónides mientras abandonaba el aposento. Al final del octavo mes, inseguro y profundamente preocupado, se aproximó hacia el ser en desarrollo y quedó estupefacto cuando el rostro casi completamente formado le sonrió. Incapaz de soportar la demoníaca sonrisa, huyó del aposento. "¡Oh, Señor, qué he hecho! Es cierto que el hombre no debe investigar hasta el final; lo que está más allá nos conduce al Infierno."




Pocos días después Maimónides se presentó ante el Gran Consejo y explicó el caso. Después de larga reflexión, los sabios rabinos decidieron: para proteger a la humanidad de un horror y preservar el honor de Dios, el voto debía romperse y el hombre debía morir. Basaron su decisión en un versículo de los Salmos: Tiempo es de obrar por Dios, pues quieren destruir tu ley. *

Al comenzar el noveno mes, Maimónides entró en el aposento con el propósito de destruir su creación. Llevaba consigo un perro y un gato, que soltó para que se persiguieran el uno al otro. En medio de esta lucha, el contenedor de cristal cayó al suelo y se hizo mil pedazos. El cadáver yacía a los pies de Maimónides. Después de recobrarse, Maimónides enterró el cuerpo y tomó el pernicioso volumen, que arrojó a las llamas de la chimenea. Pero nada volvió a ser igual. Maimónides fue atacado por los sabios de la corte y acusado de prácticas mágicas, escapando de ser sometido a juicio tan sólo por una oportuna huida a Egipto. Pero incluso allí fue perseguido y tratado como enemigo tanto por sus correligionarios judíos como por los no creyentes y desde entonces su vida estuvo llena de dolor.

Howard Schwartz
Traducido del inglés por Nozick

* Salmos 119:126.




Fuentes:


  1. The Homunculus of Maimonides. From "Lilith's cave. Jewish tales of the supernatural." 1988. Copyright: Howard Schwartz.

20 comentarios:

Anónimo dijo...

... El primer Frankenstein...

Anónimo dijo...

Al menos, el doctor Frankenstein no mataba a nadie, utilizaba partes de cadáveres.

Marcos dijo...

Yo... no se... ¿Os habeis creido este cuento árabe?

Anónimo dijo...

¿Los que eran increíbles no eran los cuentos chinos?

Anónimo dijo...

En esta tradición... cuenta la leyenda que Ben Sira ya había intentado la creación de un golem con los restos de cuerpos mutilados siguiendo las enseñanzas del "Sefer Yetzirá". También se dice que el levantino Arnau de Vilanova (médico de Jaime II) intentó crear uno mezclando orina, sangre y semen humanos putrefactos.

El rabí de Praga Yehudá Loew, parece que fue más considerado y lo creó a base de barro...

Anónima dijo...

"Después de larga reflexión, los sabios rabinos decidieron: para proteger a la humanidad de un horror y preservar el honor de Dios, el voto debía romperse y el hombre debía morir".
Este trecho me recordó mucho al Golem.

Anónimo dijo...

... Y el post a seis doctores Frankenstein y lo mucho que han tenido que "cortar y pegar"...

Anónima dijo...

... y "unir con alambre".

Anónimo dijo...

Esta es la única entrada hasta le fecha en el blog que no he entendido. Cual es la relación con el resto? Podría ser un poco más explícita la explicación de esta fábula con los casos que nos ocupan?

Anónimo dijo...

"RACHEL": Well, I said it was evil, and they said it was good. There's a book that I had just come across called [Lilith's Cave: Jewish Tales of the Supernatural by Howard Schwartz, New York, Oxford University Press, 1988] which is a book of Jewish mysticism and supernatural, and there's a lot in that book that relates to what I endured when I was a child.

http://www.lukeford.net/profiles/profiles/vicki_polin.htm

Anónima dijo...


Puede que los Golems (y homúnculos) modernos no sean como los de antaño. Eso sí, después de creados, nada vuelve a ser como antes.
Releyendo la traducción, otra imagen me ha llamado la atención:
"Al comenzar el noveno mes, Maimónides entró en el aposento con el propósito de destruir su creación. Llevaba consigo un perro y un gato, que soltó para que se persiguieran el uno al otro. En medio de esta lucha, el contenedor de cristal cayó al suelo y se hizo mil pedazos. El cadáver yacía a los pies de Maimónides".
Me parece un ardid tremendo el que utiliza el protagonista del relato para no asumir la autoría del crimen, manipulando una situación que él mismo ha creado al colocar unos seres inocentes para que lo hagan por él, sin siquiera ser concientes.
Asusta lo que se puede sacar en limpio de las entre líneas.

Anónimo dijo...

Psicópatas deseando crear su propia realidad + tontos útiles = sociedad actual. El perro y el gato que se persiguen mutuamente se parece a la tesis y la antítesis. O la derecha y la izquierda, manejadas por las mismas manos.

Nozick dijo...

Exacto, el primer ardid es recurrir al "Ángel de la Muerte"; el segundo, utilizar una pelea entre un perro y un gato, intentando enmascarar dos crímenes.

Anónima dijo...

Hay un tercero, que es traicionar la palabra dada a quien le ha confiado su vida.

Anónimo dijo...

Se dice tambien que Enrique de Villena "el nigromante", tataranieto de Jaime II y Gran Maestre de la Orden de Calatrava, encargó a su criado que a su muerte troceara el cuerpo y lo introdujera dentro de un gran recipiente de cristal.

La leyenda afirma que los inquisidores irrumpieron en el sótano del caserón situado en la judería de Toledo y destruyeron al monstruo en el que se estaba convirtiendo.

Por suerte, la relación entre los "nobles" y la nigromancia es cosa del pasado...

Anónima dijo...

"Por suerte, la relación entre los "nobles" y la nigromancia es cosa del pasado..."

Será?
"Tras el registro a su casa, la mano fue encontrada en un tarro de cristal, junto con otros tarros con vísceras de animales. Inmediatamente Margarita y su marido fueron internados en un psiquiátrico, comenzando uno de los juicios más largos y oscuros de la historia reciente de España."
http://www.elmundo.es/elmundo/2010/10/25/valencia/1288035387.html

Anónimo dijo...

No puedo evitar que el "Ángel de la Muerte" me recuerde al "Ángel Exterminador" del libro del Éxodo. Quizás ya sea pecar de conspiranoico llegar a pensar que se trate de otro "ardid" exculparorio lo que nos cuentan de dicho Ángel, la sangre de cordero en los dinteles y los desventurados primogénitos egipcios. Y si...???

Nozick dijo...

Teniendo en cuenta que los ángeles exterminadores no existen...

Anónimo dijo...

http://www.comentariosdelibros.com/articulo-villena-el-valle-de-los-curanderos-24a128u2s.htm

Enrique de Aragón o de Villena, llamado el Astrólogo o el Nigromante (Torralba de Cuenca, 1384 - Madrid, 1434) fue un noble castellano de sangre real, señor de la villa de Iniesta, caballero y maestre de la Orden de Calatrava. Escribió y tradujo numerosas obras sobre las diversas disciplinas que cultivó: medicina, teología, astronomía y literatura.

Nació en 1384 en la villa de Torralba de Cuenca, hijo de Pedro de Aragón, condestable de Castilla y II marqués de Villena, y de Juana de Castilla, su mujer, que era hija ilegítima del rey Enrique II y de Elvira Íñiguez. Por línea paterna era nieto de Alfonso de Aragón, el primer condestable y marqués, que fue también conde de Ribagorza y de Denia y duque de Gandía; biznieto del infante Pedro de Aragón, conde de Ribagorza y de Ampurias, y de Juana de Foix, y tataranieto del rey Jaime II de Aragón y de la reina Blanca de Anjou. Quedó huérfano a temprana edad cuando su padre murió en la batalla de Aljubarrota (1385).

Aunque era el inmediato sucesor del marquesado de Villena, no llegó a poseer este título y estado pues fue incorporado a la corona de Castilla, reinando Enrique III, como reembolso de un crédito de sesenta mil doblas que sus padres habían recibido de Enrique II.

Anónimo dijo...

Hay muchos "homúnculos" en la Historia de España y su "nobleza".
https://lastermitasdelcielo.wordpress.com/2018/10/20/en-el-nombre-de-colon/