viernes, 17 de junio de 2016

El aprendiz de brujo.




Érase una vez un piadoso judío que había intentado durante años tener un hijo con su esposa. Habían probado todos los remedios conocidos, pero ninguno les había traído la bendición de un hijo. Sucedió que un día, mientras la mujer compraba en el mercado, escuchó una conversación sobre un poderoso hechicero. Preguntó a los que hablaban acerca del brujo, y le dijeron que con su magia podía conseguir prácticamente cualquier cosa. Les consultó si eso incluía una cura para la esterilidad, y le respondieron que tal cura era posible.

Cuando la mujer volvió a casa, le contó a su marido lo que había oído. Pero aunque el deseo de su marido de tener un hijo era tan grande como el suyo, no quería pedirle ayuda a un mago. Alguien con tales poderes podía ser peligroso. Sin embargo, la desesperada mujer estaba dispuesta a correr el riesgo, y le dio la la lata a su marido día y noche, hasta que ya no pudo resistirse a sus súplicas por más tiempo.

El hechicero vivía en los más profundo del bosque y el hombre se encaminó allí con tristeza, por temor a las Artes Oscuras. No obstante, puso su confianza en Dios y rogó que el Señor, Bendito Sea, le protegiera de cualquier peligro.

Cuando por fin llegó a la choza del brujo, el hombre se sorprendió, porque era pequeña y modesta, como la que podría poseer un campesino cualquiera. La sencillez del refugio confortó al hombre, porque era evidente que el mago no buscaba beneficios materiales. Así que se acercó y llamó a la puerta. No obstante, cuando la puerta se abrió, se sorprendió mucho. Porque vio que no se encontraba en una humilde cabaña, sino en el umbral de un gran palacio. Y ante él se encontraba el hechicero, vestido con una túnica de seda, que le invitó a entrar. El hombre no podía comprender cómo era posible que semejante palacio pudiera caber en una sencilla cabaña, y cuando entró su asombro aumentó, porque se trataba del palacio más inmenso que jamás había visto, incluso mayor que el del rey. ¿Cómo era posible?

Pero antes de que el hombre pudiera hablar, el hechicero explicó: "Para un mago, contener el mundo en una cáscara de nuez no presenta ninguna dificultad. Por lo tanto, ¡imagina lo fácil que es para mi contener un palacio! Tampoco me resulta difícil predecir el futuro. Por tanto, sabía que ibas a venir y qué deseas.  Quieres un hijo propio; ni tú ni tu esposa seréis felices jamás hasta que tengáis un hijo. ¿Estoy en lo cierto?"

El hombre sufrió una conmoción al comprobar que el mago lo sabía todo por adelantado y quedó aterrorizado por sus asombrosos poderes. Reconoció que todo lo que el mago había dicho era cierto y le rogó ayuda. Entonces la mirada del mago se endureció y le preguntó qué tenía para ofrecerle a cambio. El hombre, que contaba con medios limitados, no supo qué decir, porque estaba claro que no tenía nada valioso con lo que satisfacer al brujo. Tras un largo silencio, el mago dijo: “Escucha, pues. Si haces lo que te digo, me ocuparé de que tengas un hijo propio. Vuelve a casa y dentro de nueve meses nacerá tu hijo. Críalo bien y en cuanto cumpla diez años me lo entregarás para que permanezca un año conmigo. Luego podrás volver a llevártelo.”

Por una parte, el hombre estaba feliz al saber que iba a tener un hijo, pero por otra no podía dejar de hacerse preguntas ante la condición exigida. Pero advirtió que el hechicero no le ayudaría sin cumplir la condición establecida, de modo que accedió a sus demandas. El mago asintió y dijo al hombre antes de partir: “Pero recuerda: debes traérmelo cuando cumpla diez años. Si no lo haces iré a por él. Y entonces no te será tan fácil recuperarlo.” El hombre aseguró al mago que así lo haría, y se marchó. Durante todo el camino de vuelta a casa disfrutó ante la idea de que pronto iba a ser padre, y le prestó poca atención a la condición puesta por el hechicero, que parecía tan lejana.

Como es lógico, su mujer se alegró mucho al escuchar la profecía del mago. Y tampoco pareció prestarle demasiada atención a la demanda establecida. Lo único en que pensaba era en el hijo que pronto tendría.




Tal y como el brujo había predicho, la mujer dio a luz a un niño hermoso y sano, exactamente nueve meses después y, no hace falta decirlo, los padres estaban encantados. Lo educaron para que fuera un judío piadoso y era la alegría de sus vidas. Los años pasaron con rapidez y ya no faltaba mucho para que el niño cumpliera los diez años. Entonces, el hombre recordó la condición establecida por el mago y se la mencionó a su mujer, que se alarmó, porque hacía mucho que la había apartado de su mente. Y argumentó con contundencia con su marido que no debían llevar al niño a presencia del mago, porque ella no podría soportar estar separada de él todo un año. El hombre se encontraba en un dilema y no podía decidir qué hacer. Al final, no hizo nada. Llegó el día del cumpleaños del niño y todavía no había tomado una decisión ni le había contado a su hijo la exigencia del mago.

Mientras tanto, el diabólico hechicero se había dado cuenta gracias a su espejo mágico que había llegado el cumpleaños del niño y que el padre no había acordado traérselo, y su ira aumentaba con el transcurso de los días. Justo antes de la puesta del sol, al no haber llegado todavía, el nigromante realizó un poderoso hechizo. Muy lejos, en el hogar del niño se celebraba el cumpleaños; la familia se acababa de sentar para cenar cuando sucedió algo terrible: el niño se desvaneció de repente y en su lugar apareció un pájaro, que voló alrededor de la habitación y luego escapó por la ventana. El padre y la madre, aterrorizados, advirtieron que el brujo había pronunciado un conjuro sobre el niño, convirtiéndolo en un pájaro. Y se afligieron muchísimo por la pérdida de su hijo.

En cuanto al niño, se encontró convertido en pájaro de repente, volando hacia la espesura del bosque, atrapado por una fuerza invisible. Pronto entró por una ventana abierta en una pequeña cabaña, y se convirtió en un niño que se encontró dentro de un inmenso palacio. Todo había sucedido tan rápidamente que le parecía un sueño. Aun así, tenía el misterioso presentimiento de que no soñaba, que todo había sucedido estando despierto.

De repente, el hechicero apareció de la nada. Llamó el niño por su nombre y le explicó el trato que había hecho con sus padres para que naciera y que tendría que pasar el próximo año en su palacio. El niño quedó destrozado ante la idea de que tendría que pasar tanto tiempo separado de sus amados padres, pero el brujo le dijo que sería libre al final del plazo establecido, con lo que el niño venció sus temores y accedió a cooperar. Porque advirtió de inmediato el inmenso poder del mago y que no tenía otra opción.

Como es lógico, el niño tenía curiosidad por saber qué es lo que el mago pretendía hacer con él. Se lo preguntó, y el mago le respondió que iba a enseñarle a ser un hechicero tan grande como él. Porque quería compartir los vastos conocimientos que había acumulado con los años, y por eso iba a convertirlo en su aprendiz. Lo que no le dijo es que pretendía esclavizarlo de por vida. Pero el niño no tenía el más mínimo deseo de iniciarse en las Artes Oscuras y prefería pasar los días estudiando la Torá. No obstante, era consciente de que no debía enfrentarse al mago, así que accedió a convertirse en su pupilo.

De este modo, el mago comenzó a revelarle, poco a poco, los misterios que dominaba. Y como el niño prestaba mucha atención, fue capaz de dominar las Artes Oscuras mucho antes de lo que el mago esperaba, y en el lapso de un año consiguió saber casi tanto como su maestro.

El año se hizo eterno para los pobres padres del niño, pero al final llegó el momento del nuevo cumpleaños de su hijo. Entonces el padre volvió al bosque y se presentó en la choza del mago. El hechicero abrió la puerta y cuando vio de quién se trataba, lo miró con desdén y le dijo: “Veo que llegas puntual. Pero no fuiste tan puntual hace un año. Y por tanto, es más que improbable que puedas volver a llevarte contigo a tu hijo.” Súbitamente, volvió a pronunciar un conjuro y el muchacho, que estaba en otro aposento, volvió a convertirse en un pájaro, con plumas negras y coronilla blanca. Pero al mismo tiempo, dos ranas que habitaban en una charca tras la casa fueron transformadas asimismo en pájaros, que entraron volando por la ventana. De modo que había tres pájaros volando en el interior del palacio. El mago rió y le dijo al hombre: “Uno de estos tres pájaros es tu hijo. Dime cuál es y desharé el hechizo. Si eliges correctamente lo sabrás enseguida, pero si no es así te quedarás con una rana y tu hijo tendrá que permanecer conmigo el resto de su vida.”

El pobre padre quedó aterrado ante estas palabras, porque el destino de su hijo estaba en sus manos. Pero no tenía forma alguna de saber cuál de los pájaros elegir. Pero el muchacho, que se había convertido en pájaro, había escuchado la demanda del mago y advirtió que su destino pendía de un hilo. Porque sospechaba hace tiempo que el mago no tenía ni la más mínima intención de dejarle regresar a su hogar. Al principio el niño-pájaro intentó pronunciar el conjuro para volver a convertirse en humano, pero descubrió que no podía -de algún modo el hechicero se lo impedía. Pero su pobre padre iba a tomar una decisión en cualquier momento, y el muchacho estaba desesperado por encontrar un medio para darle una pista. Así que el niño-pájaro pronunció un conjuro por el que todas sus negras plumas se tornaron blancas y negras, como las rayas de un talit. Además, la coronilla de su cabeza se volvió completamente negra, así que parecía un yarmulka. Y cuando el padre echó el último vistazo a los pájaros y se dio cuenta del parecido del talit y el yarmulka, se dio cuenta de que su hijo estaba tratando de ayudarlo y eligió el pájaro correcto.






















La cara del mago enrojeció y con gran enfado pronunció el conjuro que volvía a convertir el pájaro negro en niño. No podía entender cómo era posible que el hombre hubiera elegido correctamente, porque no había advertido los cambios en la apariencia del pájaro, ni habría sabido lo que representaban. Así que pensó que el padre había acertado por suerte. Luego habló amargamente, diciendo: “Elegiste correctamente, así que el muchacho es libre de volver contigo. Pero presta atención a mi advertencia: porque si no permanece aquí no podrá hacer uso de las habilidades mágicas que le he enseñado. Si las usa, puedes estar seguro de que volverá a ser mi aprendiz de nuevo. Y la próxima vez no habrá forma alguna de que puedas recuperarlo.”

Una vez que padre e hijo habían abandonado el cubil del mago, se abrazaron y derramaron lágrimas de alegría. El padre no podía creer que el diabólico mago hubiera dejado irse a su hijo, pero el muchacho le explicó que había que cumplir todas las condiciones del conjuro. El mago no podía faltar a su palabra una vez que se había identificado al pájaro correcto. Y los dos dieron gracias al Señor, Bendito Sea, por haber liberado al muchacho del mago, a pesar de lo reacio que había sido a dejarlo marchar.

Celebraron una gran fiesta cuando el muchacho volvió a casa con su padre. Y en poco tiempo retomaron su vida anterior, cuando padre e hijo estudiaban juntos la Torá cada día. Y el muchacho prestaba especial cuidado para no utilizar ninguna de las habilidades mágicas que había aprendido en el año que había estado en el palacio del brujo, porque no había olvidado su amenaza.

Todo fue bien durante varios meses, pero llegó un momento en que la fortuna del padre comenzó a desvanecerse, hasta que se quedó en la ruina. Las cosas llegaron hasta tal punto que la familia estaba a punto de perder su hogar y entonces el hijo dijo a su padre: “Hasta ahora no he empleado las artes mágicas que aprendí en aquel largo año, padre, pero quizás ha llegado el momento. Déjame que pronuncie un conjuro que me convertirá en un valioso caballo, que podrás llevar a la feria para venderlo. Cuando me vendas, quítame las riendas para que pueda volver a convertirme en humano horas después y vuelva a casa. No olvides quitármelas o no tendré mas remedio que seguir siendo un caballo el resto de mi vida.”

Al principio el padre rechazó el plan, porque desafiaba la advertencia del mago. Pero cuando quedó claro que no había otra opción para salvar su hogar, accedió de mala gana, después de que el muchacho prometió devolverle el dinero a su víctima en cuanto pudiera. Entonces él y su hijo rogaron a Dios que les perdonara por tener que actuar así por su gran necesidad, y poco después el muchacho pronunció un conjuro que lo transformó de inmediato en un caballo negro de inmenso valor. El padre le puso las riendas al caballo y se lo llevó a la feria, en dónde lo vendió por cien rublos a un rico noble. Después el padre quitó las riendas, explicando que no estaban incluidas en el precio de venta, y el noble se marchó.

Esa noche el noble encerró al caballo en el establo, pero cuando fue a admirarlo a la mañana siguiente se había escapado. Lo buscó por todas partes, pero no encontró ni una sola pista. No sabía que el caballo se había convertido en un muchacho que había saltado por la ventana del establo para volver a su casa. De este modo, la familia salvó su casa y consiguió una época de tranquilidad. Y al ver que el brujo no aparecía, pensaron que no se había dado cuenta de que el muchacho había usado la magia. Pero, en realidad, el diabólico hechicero era plenamente consciente de lo que había sucedido. Simplemente estaba esperando el momento oportuno para golpear.

Sin embargo, con el paso del tiempo, se hicieron todavía más pobres, hasta que su desesperación llegó hasta tal punto que el muchacho volvió a proponer a su padre transformarse en caballo. Como en la primera ocasión, el padre se mostró reacio hasta que fue consciente de su situación desesperada, y al final accedió a que volvieran a hacer lo mismo que la vez anterior. De nuevo el hijo recordó a su padre que retirara las riendas antes de entregarlo al comprador, porque de no hacerlo así no sería capaz de liberarse para volver a casa de nuevo.

Esta vez, el muchacho se convirtió en un magnífico caballo blanco que valdría al menos doscientos rublos. Nada más llegar a la feria, un anciano noble se dirigió hacia ellos e inmediatamente accedió a pagar dicho precio. Pero el anciano hablaba tanto que confundió al padre, y el noble terminó por llevarse tanto el caballo como las riendas. Entonces, antes de que el padre pudiera detenerlo, montó a caballo y en un instante desapareció en el interior del bosque. El padre corrió tras ellos, pero se habían perdido de vista, y volvió a casa lleno de dolor por su terrible error.

Mientras tanto, el noble desmontó en las profundidades del bosque y ató el caballo a un árbol. Luego se reveló al muchacho convertido en caballo, diciendo con acento cruel: “¿Olvidaste mi advertencia para que no usaras la magia que aprendiste? ¡Ahora comienza tu castigo!” Y el siniestro hechicero tomó un látigo y comenzó a azotar al caballo. Lo golpeó con tal fuerza y durante tanto tiempo que las riendas terminaron por caer, y en cuanto se vio libre de ellas, el muchacho se convirtió en lobo y escapó tan rápido como pudo. Cuando el mago vio ésto, pronunció un conjuro para convertirse también en lobo y perseguir al otro.

Con el segundo lobo aullando tras él, el niño-lobo corrió a toda velocidad hasta que llegó al río. Para entonces, los aullidos del segundo lobo habían atraído a una manada de lobos que también lo perseguían. Por tanto, el niño se convirtió en pez en cuanto llegó al agua y nadó tan rápido como pudo. El mago también se convirtió en pez, uno mucho mayor, que nadó tras el primero para devorarlo.

El niño-pez vio que el gran pez se le echaba encima, así que nadó hacia el otro lado del río. Nada más llegar vio que una princesa, acompañada de sus sirvientes, se estaba bañando allí. Entonces se convirtió en un anillo de oro, que la princesa se encontró dentro del agua a sus pies. Admirada de la belleza de la joya, se la puso en el dedo y se la mostró a todos sus sirvientes, que gritaron asombrados.

El brujo convertido en pez vio lo que había sucedido y se dio cuenta de que el chico se le había escapado por el momento. Pero estaba decidido a capturarlo y castigarlo de una forma terrible.

Así que el mago retomó su forma humana y fue a ver al rey, para decirle que había extraviado un anillo de oro aquel mismo día, en la ribera del río, y que pensaba que quizás podía haberlo encontrado la princesa. El rey le dijo que si así fuera, el anillo le sería devuelto e hizo llamar a la princesa a su presencia. Cuando llegó, el rey le preguntó por el anillo, y la princesa admitió que había encontrado uno exactamente igual al descrito por el mago. El rey le dijo que se lo entregara, y en cuanto la princesa se lo intentó quitar, se le cayó. Al tocar el suelo se convirtió en una gigantesca serpiente, que se lanzó contra el brujo y lo mordió, matándolo instantáneamente. Al momento, la serpiente volvió a convertirse en el muchacho, que contó toda la historia a la asombrada corte.

Cuando el rey hubo escuchado esa notable historia, se sintió lleno de simpatía y temor hacia el muchacho, porque había aprendido todo lo que el brujo le enseñó. Cuando la princesa advirtió que era inteligente y bien parecido, se enamoró de él. Así que el muchacho y la princesa acabaron casándose. Él heredó la mitad del reino y devolvió su dinero al noble que había perdido su caballo. Luego invitó a sus padres a vivir en palacio y fueron felices para siempre.


Howard Schwartz
Traducido del inglés por Nozick




Fuentes:



The wizard’s apprentice. From “Lilith’s cave. Jewish tales of the supernatural.” 1988. Copyright: Howard Schwartz.

11 comentarios:

Anónima dijo...

Siempre que leo estos cuentos, mil cosas se disparan. Muchas interpretaciones, la primera es observar con qué naturalidad navegan por las seductoras aguas del ardid y del engaño.
Gracias! :)

Nozick dijo...

Gracias a ti :)

Anónimo dijo...

Moraleja: el fin siempre justifica los medios. "Cum finis est licitus, etiam media sunt licita". Algo inaceptable para un cristiano de verdad.

SergioKa dijo...

¿Y la princesa era goy? ¿De que corte se trataba? :)

Nozick dijo...

Es un cuento de Europa Oriental. Como se habla de rublos, podría tratarse de cualquiera de los principados en los que circulara esa moneda. Pero, tratándose de una fábula, pueda que ni exista tal reino. ¿De qué reino provenía el príncipe que despertó a la Bella Durmiente o en dónde reinaba la Reina Maléfica?

Anónimo dijo...

Estas fábulas perduran hoy en día y aparecen por todas partes. Por ejemplo, en el juego "Dragon Age" hay una hechicera cambiaformas llamada Morrigan.

Anónimo dijo...

... O el duelo cambiaformas entre Merlín y Madame Mim en la película de Walt Disney "Merlín el Encantador" (The sword in the stone).

Anónimo dijo...

... o "Ponyo en el acantilado"

Anónimo dijo...

 “Cuando entres a la tierra que Jehová, tu Dios, te da, no aprenderás a hacer según las abominaciones de aquellas naciones. No sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos. Porque es abominable para Jehová cualquiera que hace estas cosas, y por estas cosas abominables Jehová, tu Dios, expulsa a estas naciones de tu presencia. Perfecto serás delante de Jehová, tu Dios. Porque estas naciones que vas a heredar, a agoreros y a adivinos oyen, pero a ti no te ha permitido esto Jehová, tu Dios” (Deuteronomio 18:9-14).

Anónimo dijo...

 “Porque así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: No os engañen vuestros profetas que están entre vosotros, ni vuestros adivinos, ni hagáis caso de los sueños que sueñan. Porque falsamente os profetizan en mi nombre. Yo no los envié, ha dicho Jehová”. (Jeremías 29:8-9). También otro pasaje añade: “Y vosotros no prestéis oído a vuestros profetas, adivinos, soñadores, agoreros o encantadores, que os hablan diciendo: No serviréis al rey de Babilonia. Porque ellos os profetizan mentira, para haceros alejar de vuestra tierra y para que yo os arroje y perezcáis”. (Jeremías 27:9-10).

Anónimo dijo...

"En las distintas zonas en las que a lo largo de los tiempos se han ido asentando grupos judíos, siempre se ha practicado la astrología. En el pasado, por ejemplo, en las casas judías ortodoxas, era usual encontrar un candelabro de siete brazos (denominado menora, menorah o menorá) con un símbolo de planeta en cada brazo".

Astroglosario. Bruno Huber (traducción: Joan Solé, 2000-2007)