miércoles, 25 de mayo de 2016

Bernardo González Parra. El crimen de Gádor y el hombre del saco.




"... A caballo entre los siglos XIX y XX se extendió la creencia de que beber sangre o aplicar la grasa de niños sanos en cataplasma era una cura infalible para enfermedades como la tuberculosis o la sarna. Se llegó a rumorear que el propio rey Alfonso XIII combatía la tisis practicando el vampirismo..."

Revista "Muy interesante". El sacamantecas de Gádor




El 28 de junio de 1910 desapareció el pequeño Bernardo González Parra, de siete años de edad. La prensa de la época lo describía como "rubio, robusto y de carácter afable y cariñoso". Era hijo de Francisco González Siles, jornalero de cuarenta y tres años, y María Parra Cazorla, de cuarenta. La pareja tenía otros cuatro hijos: José, de trece años; María, de doce; Francisco, de diez y Dolores, de seis. Vivían en una cueva del barrio de la Fuente, en Rioja, un pequeño pueblo distante unos tres kilómetros de Gádor, en la provincia de Almería.

Después de comer, el padre se marchó a trabajar la tierra, mientras que la madre se dirigió a una balsa próxima para lavar la ropa de la familia, acompañada del pequeño Bernardo. Pero el niño se alejó para jugar con otros muchachos del lugar. Era víspera de San Pedro. La tradición permitía a los niños comer la fruta que quisieran sin que los propietarios de los árboles pudieran protestar. Así que los críos se fueron al Marchal de Araoz, para comer brevas, higos y albaricoques. Además, Bernardo, que iba vestido con pantalones oscuros y blusa clara con dibujo a rayas, se quería bañar en el río Andarax con sus amiguitos.

Cuando Francisco vio a su hijo vagando por los campos le mandó volver a casa, con el recado de que iba a llegar tarde porque tenía que recoger leña.

Luego entramos en el guión de tantos y tantos casos. El niño que no se presenta a la hora de la cena; las horas pasan y sigue sin llegar; los padres se angustian y se acaba por dar la alarma. La familia y sus conocidos comienzan la búsqueda del pequeño Bernardo, sin éxito. Primero por las calles del pueblo y luego por las cortijadas y caseríos próximos. Se incorporan a las batidas más vecinos del pueblo, pero no sirve de nada. El niño no aparece, de modo que sus padres terminan por viajar hasta Almería el día de San Pedro por la mañana. Finalmente fueron a Gádor para presentar la correspondiente denuncia en el cuartel de la Guardia Civil. Eran las tres de la madrugada.

El capitán de la Guardia Civil, José Domenech Carrillo y el teniente Ángel Bueno Rodrigo iniciaron las pesquisas.

La búsqueda siguió siendo infructuosa, hasta que un hecho lo cambió todo. Julio Hernández Rodríguez, vecino del pueblo y apodado "el Tonto", se presentó en el cuartel de la Guardia Civil contando que había encontrado a un niño muerto mientras perseguía a una cría de perdiz. Al hurgar en un escondrijo, tocó algo que resultó ser un pie, el del niño desaparecido. El hallazgo se produjo en un paraje conocido como "Las Pocicas".

La Guardia Civil siguió las indicaciones de Julio y encontró el cuerpo del desventurado Bernardo, que estaba muerto, con la cabeza destrozada a golpes.

Al realizar la autopsia, realizada al parecer por el forense Dr. Fernández Viruega, se describieron las siguientes lesiones:

  • Heridas múltiples en la cabeza, con rotura de huesos, algunos de cuyos trozos se introdujeron en la masa encefálica, producidas por cuerpo contundente, como una piedra, palo u otro cuerpo duro, manejado con bastante fuerza.
  • En la axila izquierda del cadáver presenta una herida profunda producida por arma punzocortante que mide 4 cm. de longitud, arma que manejada de abajo a arriba dio lugar a que su punta saliera por el hombro, donde produjo una herida de 2 cm.
  • En el vientre existe una herida de bordes limpios debida a arma cortante, que empezando más debajo de la boca del estómago, termina en el pubis. Los intestinos aparecen al exterior y están cortados por el duodeno, como a tres centímetros de su salida del estómago y por el recto. Todo el colon ascendente transversal y descendente aparece en absoluto desprovisto de epiplón y grasa. Falta todo el peritoneo, del cual no aparecen ni vestigios. El hígado está íntegro, como el diafragma y todas las vísceras de la cavidad pectoral, razón por la que se deduce que el niño murió como consecuencia de las lesiones causadas en la cabeza, y que después de su muerte le fue abierto el vientre.

La incisión realizada en el vientre y la ablación del epiplón, la grasa intraabdominal y el peritoneo, eran factores que permitían suponer que el responsable del crimen tenía una cierta pericia quirúrgica y, por tanto, podía tratarse de un matarife o alguien con una profesión similar.

La Guardia Civil acribilló a preguntas a Julio, que acabó por derrumbarse y confesar.

Resultó que un vecino llamado Francisco Ortega (alias "el Moruno") padecía de tuberculosis. Contra este mal, la sanadora y hechicera Agustina Rodríguez le había aconsejado que bebiera la sangre caliente de un niño sano y que se aplicara al pecho su grasa.

Ortega aceptó y se estipuló en 3.000 reales el precio de la "sanación".

Los involucrados en dicho plan eran los siguientes individuos:

  • Pedro Hernández Cruz y Agustina Rodríguez González; sus hijos Julio Hernández Rodríguez "el Tonto" y José Hernández Rodríguez (casado con Elena Amate Medina). O sea, la familia de la bruja.
  • Francisco Leona Romero. Brujo y supuesto amante de la bruja Agustina.
  • Francisco Ortega Rodríguez, "El Moruno" y Antonia López Delgado. O sea, el enfermo tuberculoso y su pareja.

De modo que el 28 de junio, sabedores de que los niños en esa fecha solían ir a buscar fruta, el brujo Leona y "el Tonto" se apostaron en un cañaveral. Al pasar Bernardito lo metieron en un saco y lo condujeron al cortijo de San Patricio, donde esperaba la bruja Agustina.

El enfermo Ortega acudió de inmediato para someterse al "tratamiento" y entonces Leona acuchilló a Bernardito en el hueco de la axila izquierda hasta traspasarle el hombro, mientras Agustina recogía la sangre del niño en un vaso, que Ortega bebió ávidamente -tras ser mezclada con azúcar- diciendo "Mi vida es primero que Dios".

Después Leona y "el Tonto" volvieron a meter al niño en el saco y lo condujeron al barranco del Pilar, en donde lo tendieron en el suelo y lo mataron golpeando su cráneo con piedras. Después Leona abrió al pobre niño en canal y le extrajo la grasa abdominal, que debía aplicarse Ortega en el pecho. Luego escondieron el cadáver.


"... Los tres asesinos, Agustina, Leona y Julio, llevaron el saco hasta el cercano barranco del Jalbo. Allí sacaron al niño, que aún rebullía. Leona le dijo a Julio que le aplastara la cabeza con una piedra y éste así lo hizo. Agustina se inclinó sobre su corazón observando que aún latía. Le dijo que volviera a darle con la piedra. “¡Qué cabeza más dura tiene el condenao!” exclamó Julio. Cogiendo una piedra de gran tamaño, le golpeó dos veces más hasta rematarlo..."


Francisco Leona Romero, un vecino de setenta y cinco años de edad, era barbero y curandero. Pero era algo más. Formaba parte del entramado caciquil de Gádor, ya que su sobrino, Juan Leona Lozano, era el alcalde del pueblo y su cuñado, Cándido Albarracín, era el juez. Eso le permitió salir indemne de varios hechos delictivos graves.


"... La hechicera Agustina… acusó a Leona de haber dado muerte, en un huerto de D. José García, a un hombre loco que penetró en el recinto; de la muerte de un belonero [artesano de estaño y latón] que paraba en Gádor, en la posada de una propiedad de un individuo llamado el Manco; del robo a un sacerdote, cuyo hecho quedó en silencio porque su compadre [el cuñado juez], D. Cándido Albarracín, recogió la cantidad robada y la devolvió; de haber destrozado a una niña, hija de D. Andrés Coca, y de otros muchos actos vandálicos y criminales que han quedado en el misterio..."

La "niña destrozada" que se menciona podría haber sido víctima de un estupro, aunque no hay muchos datos al respecto.


De modo que, según la versión oficial, el horrible asesinato de Bernardito se había producido para utilizar su sangre y su grasa como remedio para la tuberculosis. Aunque no se descubriría un fármaco antituberculoso eficaz -la isoniacida- hasta 1945, el doctor Robert Koch había aislado en 1882 el microorganismo responsable de la enfermedad: el mycobacterium tuberculosis, también conocido como bacilo de Koch, en honor a su descubridor.

No obstante, parece que casi treinta años después del hallazgo de Koch todavía era creíble la existencia de brujos que recurrían a sacrificios humanos como remedio para los males de los insensatos que solicitaban sus servicios. Mientras tanto, Alfonso XIII estaba muy ocupando artisteando, encargando películas pornográficas al Conde de Romanones y aumentando su patrimonio por todos los medios a su alcance, en lugar de preocuparse por la salud, el bienestar y la instrucción de los ciudadanos. No es de extrañar que después pasara lo que pasó. ¿Qué se puede esperar de un Rey que encarga películas pornográficas y de una nobleza que atiende su petición por medio de un Conde y Grande de España, archimillonario y triconverso, que primero fue monárquico, luego republicano y después franquista? De no haber muerto, habría acabando uniéndose al grupo de "padres de la patria" que redactaron la constitución de 1978. La historia se repite.

Volviendo al caso, parece bastante poco probable que el crimen se realizara en dos escenarios distintos. Lo "lógico" habría sido hacerlo todo en el cortijo, ahorrándose paseos innecesarios, posibles testigos de los hechos, etc. "... El fatídico barranco dista del ya tristemente célebre cortijo de San Patricio, hora y cuarto de camino en dirección Noroeste..." ¿Hora y cuarto de camino cargando con un saco, con la posibilidad de que te vean, de que escuchen los ayes del pobre niño y, quizás, dejando un reguero de sangre? Sin embargo, el relato fue aceptado en su totalidad.

Celebrado el juicio, se puso en libertad a dos de los acusados, Pedro Hernández Cruz y Antonia López Delgado, y se condenó a muerte al "paciente", Francisco Ortega Rodríguez "el Moruno"; a la bruja, Agustina Rodríguez González, y a Julio Hernández Rodríguez "el Tonto". Su hermano, José Hernández Rodríguez, fue condenado a 17 años de cárcel. Elena Amate Medina fue absuelta, aunque había estado alumbrando con un candil a los asesinos mientras extraían la sangre del niño.




En cuanto al brujo, Francisco Leona, no llegó vivo a juicio. Llevaba un tiempo en que se negaba a comer otra cosa que no fuera pan y café. También había abandonado por completo su aseo personal, por lo que la miseria se apoderó de su cuerpo. Murió en la cárcel de la calle Real de Almería, a las tres y veinte de la tarde del miércoles 29 de marzo de 1911, justo cuando se cumplían nueve meses y un día desde la fecha del crimen.

Oficialmente, la muerte de debió a una gastritis aguda, aunque se rumoreó que había sido asesinado porque el crimen estaba relacionado con no se sabe qué importante personaje de Almería. Desde luego, venenos como el arsénico producen síntomas similares a la gastroenteritis. El Dr. José López Ortiz, médico de la prisión, practicó un detenido estudio del cerebro de Leona y realizó mediciones craneales que determinaron que encajaba en el tipo criminal nato de Lombroso.

El rumor volvió a aparecer durante el juicio, cuando el defensor de "el Moruno" solicitó se leyera la declaración de "el Tonto", en la que éste decía que la grasa del niño sacrificado era para una persona conocidísima de Almería. Pero el presidente se negó aduciendo que era una de las mil patrañas inventadas por Julio durante la instrucción del sumario, habiendo quedado demostrado entonces que carecía de fundamento. Es decir, que Julio era como Miguel Ricart y sólo había que creerle cuando convenía. A las personas "muy honorables" no se las investiga. Ni en 1910, ni en 1992.

Los reos de Gádor fueron ejecutados a las seis de la mañana del día 10 de septiembre de 1913. A excepción de "el Tonto".

Romanones se había ocupado de gestionar su indulto.


De izquierda a derecha, Pedro Hernández Cruz, Francisco Leona Romero, Julio Hernández
Rodríguez y José Hernández Rodríguez. Los dos últimos, hijos de Pedro Hernández.


El Popular
Martes, 13 de septiembre de 1910

Traslado de los presos desde la cárcel de Almería al Barranco del Jalbo. Reconstitución del crimen sobre el terreno. Coronación de la labor de la justicia.

Cuando la ansiedad de la opinión pública parecía calmada, y todos esperábanos la hora de que llegase el día de la celebración del juicio oral, para saber ya cuál era el fin que esperaba a los bárbaros autores del monstruoso crimen de Gádor; convencidos firmemente de que la instrucción del sumario había tocado a su fin, ha venido un hecho a poner en la inteligencia nuevamente la curiosidad y a despertar la expectación que estaba dormida en el fondo de todos los espíritus.

El recuerdo no se había apagado; perduraba, latente, en nuestras conciencias, la visión de aquel cuadro sombrío del martirio del desgraciado Bernardo González Parra. El tiempo vino con su obra pacificadora a suavizar las asperezas de la memoria aterrorizada. Existían recuerdos, sí, pero no aquella clamorosa, aquella insaciable sed de noticias de los primeros días que siguieron al crimen; sed que, a la vez, era de justicia, de severidad, de castigo.

Y cuando todo esto sucedía, cuando llamada la atención colectiva hacia otros asuntos, merced a la influencia que en ella ejerciera la novedad, descansaba en otra visión, he aquí que surge una nueva diligencia judicial y con ella viene al ánimo del pueblo más curiosidad, más expectación que en los primeros días.

El Juzgado de la capital, para ultimar algunos detalles, trasladó a los presos, a esos presos depravados y miserables, al barranco del Jalbo, al mismo lugar de su fechoría; y una vez allí, sobre el terreno, yendo al mismo cortijo donde se perpetró el asesinato del pobre mártir, del inofensivo Bernardo, reconstruyó con los crueles actores, la escena del sangriento sacrificio de aquella tierna criatura de siete años.

En esta misma plana ofrecemos un croquis exacto de cómo se hallaban situados todos los verdugos que en el crimen intervinieron, en el momento de verificarse el martirio de la víctima. Todos lo presenciaron, todos sabían de antemano que iba a cometerse. ¡Qué sangre fría, qué perversión, qué maldad la de esos monstruos que serenamente contemplaron la agonía de un inocente, apuñalado, despedazado en una orgía propia de hienas, para comerciar con las sustancias vitales de un niño de edad temprana!

El crimen de Gádor ha sido uno de esos crímenes tan extraordinarios, tan inconcebibles, tan inverosímiles, que logran la atención del mundo. No ya en nuestra provincia, ni tampoco en España entera, sino en el extranjero ha repercutido con un eco de execración infinita. La prensa, esa voz de las multitudes, ese heraldo del pensamiento de los pueblos, recogiendo en sus columnas toda la leyenda trágica del crimen monstruoso, del crimen de Gádor, nos ha dado la sensación del pavor inmenso que en todas partes se ha sentido ante un hecho tan macabro.

Periódicos de Francia, de París especialmente, periódicos de Inglaterra, de Alemania... del Norte y del Sur de América, ocupáronse de este suceso infame. ¡Triste fortuna ha sido la nuestra, ésta de atraer las miradas de todo el Universo civilizado por asesinato tal como éste que nos preocupa!

Y en rigor, de verdad se concibe esa sorpresa. ¿No ha sido el crimen de Gádor algo que ha amenazado a toda la Humanidad con la horrible amenaza del ejemplo?

¿No ha sido el crimen de Gádor algo todavía más trágico y espantoso que todos aquellos que hicieron célebre la figura de Jack el Destripador?

Caiga sobre las figuras malditas de esos malhechores todo el desprecio y la exacración toda, del Universo.

Nuestra información.

Muy avanzada la noche del sábado, notóse en Almería un gran revuelo entre personas allegadas a las autoridades judiciales y los periodistas de la localidad, con motivo de haberse extendido la versión de que los asesinos del niño Bernardo González Parra iban a ser trasladados desde la cárcel al Barranco del Jalbo y cortijo de San Patricio, con objeto de reconstituir sobre el terreno la macabra escena del asesinato.

La noticia llegó a tomar cuerpo algo más tarde, y con este motivo, los alrededores de la prisión hallábanse ocupados por buen número de curiosos que ambicionaban presenciar la salida de los verdugos.

Y en efecto; a las tres de la mañana personáronse en la cárcel dos parejas de la Guardia Civil, dispuestas a conducir al sitio indicado a algunos de los autores del crimen; los que, esposados convenientemente y con las debidas precauciones, fueron conducidos a la estación del ferrocarril, desde donde habían de de ser trasladados a Gádor, en el tren corto, que parte de Almería a las cuatro de la madrugada.

Durante el trayecto y a pesar de lo intempestivo de la hora, un gentío inmenso seguía a los criminales, gentío que llogó a engrosar en las calles del tránsito.

Llegada la hora de partir el tren, los asesinos, en número de cuatro, ó sean, Elena Amate, Julio y José Hernández y Francisco Ortega el Moruno ocuparon un coche de tercera, custodiados debidamente por las dos parejas de la Guardia Civil que los acompañaban, compuestas del cabo Juan Martínez Castillo y de los guardias segundos Juan Soriano Martín, Antonio Salvador Ibáñez y Miguel López Rivas.

También marcharon en el mismo tren algunos periodistas locales, representantes de la prensa de Madrid y el corresponsal artístico de ABC.

Mientras estos preparativos de conducción se practicaban, las autoridades judiciales se trasladaron, en dos automóviles, al lugar donde habían de encontrarse con los malhechores. en el primero de aquellos vehículos, de la propiedad de don Alfonso Viciana, subieron el Presidente de la Audiencia, D. Rómulo Villahermosa, el escribano D. Francisco Pérez Cordero, encargado de la defensa de Julio el Tonto; y en el segundo, de la propiedad de D. Ramón Orozco, el Teniente Fiscal D. Juan Bonilla; el jefe de ingenieros D. Ignacio Toll y el Secretario Suplente de la Audiencia, D. Ezequiel Gómez Sellés.

El lugar donde las autoridades detuvieron su marcha fue el puente del ferrocarril que atraviesa el Barranco del Jalbo, a cuyo sitio llegaron a las cinco de la mañana, encontrando ya en él, al tristemente célebre Julio Hernández, custodiado por una pareja de la Guardia Civil.

Los otros tres asesinos, José Hernández, Elena Amate y Francisco Ortega el Moruno, habían sido conducidos ya al cortijo de San Patricio, custodiados por la otra pareja que había salido de Almería y el sargento de Gádor Sr. Capel y guardias Antonio Úbeda Camacho, Antonio Céspedes López y Joaquín Viciedo Berenguel.

Hacia el cañal maldito.

Acompañado de la justicia y en medio de los civiles, partió el degenerado Julio hacia el preciso lugar donde la inocente víctima hubo de ser cazada por sus verdugos, para saciar con su preciosa sangre el apetito del hombre fiera que ha atraído sobre sí, con su feroz hazaña el desprecio de todos los seres humanos del Universo.

Ya en el cañal maldito, Julio expresó a las autoridades, lo que sigue, precisando el sitio del suceso.




"Debajo -decía- de esa higuera grande que está en medio de ese cañal, nos escondimos el tío Frasco, Leona y yo, cuando vimos a los tres niños venir por el río abajo; y como el tío Leona me dijera que nos iban a ver ahí, nos fuimos más abajo y nos colocamos entre esas dos matas grandes (que se encuentran en la ribera izquierda del barranco, en su desembocadura al río.)"

"Desde ese cañal" -continuó explicando Julio- "vimos regar al cortijero; y además, por detrás de nosotros era donde estaba amarrada a una parra, la cabra que se encontraba comiendo."

"Entre estas matas estuvimos un rato pequeño; y como los niños ya venían muy cerca, Leona se adelantó y cogió a Bernardo de la mano, diciéndole que lo iba a llevar a coger brevas".

"El niño, como estaba inocente de lo que Leona quería hacer, no opuso resistencia; y entonces nos lo llevamos al cañal ese, que fue donde primeramente nos escondimos, porque como tiene dos hileras de cañas y por medio va esa acequia, nadie nos veía."

El primer martirio.

"Entonces me dijo Leona: Abre el saco, Julio; y el angelico, al oírlo, comenzó a llorar. Yo abrí el saco y cogiéndole por debajo de los brazos, Leona lo metió en él, dándole dos o tres vueltas por arriba, para que no se oyera llorar. Cuando ya estaba dentro, me ordenó que me lo echara sobre el hombro y que me esperara en la entrada de ese puente mientras él vigilaba la carretera por si pasaba alguien, que no nos viera."

"Como no pasaba nadie, me hizo una seña con la mano; y como yo no lo vi, me dijo de muy mal humor: 'Anda ya, animal'. entonces atravesamos la carretera y nos metimos en el barranco ese, que le llaman del Jalbo."

Las autoridades siguieron su camino acompañados del criminal, con dirección al cortijo de San Patricio, de la propiedad del sacerdote don Bartolomé Carpente Rabanillo; lugar maldito donde se realizó la más espeluznante escena en la crónica negra de un país salvaje.

La bestia se conmueve.

La marcha continuaba su curso por los lugares sombríos por donde fue la víctima paseada, cuando al llegar a los terrenos de la finca que en aquellos lugares posee don Antonio Ledesma, Julio exclamó:

-"Aquí mismo me dio a mi mucha lástima de oír decir al niño, dentro del saco, ¡papá, papica mio! ¡ay! ¡ay! ¡sácame ya! y yo tiré entonces el saco porque no podía más."

"Cuando yo hice eso, fue Leona y cogió dos piedras para tirármelas y muy enfadado me dijo: Eres un canalla. ¿Lo vas a dejar ahí? Mira que te mato a ti también."

Entonces yo volví a coger el saco, porque no me hiciera nada; y en aquel sitio volví a soltarlo de nuevo, porque con los pies me daba muchos golpes y llevaba el niño mucho gipio. Leona me volvió a amenazar de nuevo y yo me acobardé."

"Después tiramos por aquí -decía Julio- al abandonar la rambla por donde caminaban;- y tiramos por este cerro. (Un cerro imposible de transitar, sin peligro de estrellarse, pero completamente oculto.)

La comitiva llegó a escalar el monte dirigida por Julio; monte desde el cual se divisan seis o siete cortijos inmediatos, por donde parece imposible pasar sin poder ser vistos por nadie.

La marcha continuaba, a la vez que Julio daba detalles de todo cuanto en el trayecto ocurrió el triste día de autos, cuando los expedicionarios y el asesino llegaron a doblar un pequeño monte que los separó del camino que llevaban para caer en el barranco del Marchal de Araoz.

Atravesado aquél, subieron otro cerro por donde la indefensa criatura, según decía Julio, seguía llamando a su mamá, que se hallaba lejos; a su mamá, que no llegaba a librarlo, a protegerlo, a ampararlo, con el tesoro de la bondad maternal, en contra de la furia de aquellas fieras que le martirizaban tan despiadadamente.

Ya se ve Julio, dijo Leona.

Siguieron, siguieron su camino las autoridades, en compañía del asesino, cuando al llegar a un amplio llano, desde donde todos divisaron la fachada principal del cortijo de San Patricio, exclamó Julio:

- "Cuando llegamos a este mismo sitio, me dijo Leona, anda, Julio, no desmayes; que mira ya el cortijo donde está".

Continuaron todos la marcha;y al final del mismo llano paróse Julio para decir: "Desde aquí vimos Leona y yo a mi madre que nos esperaba allí (señalando a la derecha de la puerta principal del cortijo) y se asomó a ver si llegábamos ya."

La marcha continuó; y antes de comenzar la pendiente del barranco que separa al cortijo del llano y a lado de un peñasco de grandes dimensiones, interrumpió de nuevo la marcha el salvaje de Julio para decir:

- "Aquí mismo dejé de nuevo el saco. No podía llevarlo más. Hacía mucho calor y el niño jipla mucho con una voz ronca, por que el angelico iba ya casi ahogado".

- "Cuando yo dije que no lo llevaba más, Leona se enfureció mucho y me dijo: 'Eres un bestia'. Y señalando con las manos, colocándolas a poca distancia una de otra, indicando el volumen que hacía el dinero, añadió: '¿Pero es que son poco diez duros?'"

Julio continuó diciendo que las amenazas de Leona y las impaciencias de su madre Agustina que lo llamaba para que fuera pronto, pues se encontraba ya a unos cien metros, le obligaron a echarse de nuevo el saco sobre las espaldas hasta que llegó al cortijo.

La hora del sacrificio.

Continuaba Bernardo gimiendo desconsoladamente; en ocasiones mordía a Julio; pereo éste golpeaba al niño, que callaba para luego volver tristemente a sus ayes, a sus lamentos, a sus súplicas.

En la puerta del cortijo se hallaban Agustina y Elena. Esta última venía con un cántaro de agua, llevado con prevención para que sirviera de ayuda en la faena del sacrificio. Ambas aguardaban. En sus rostros miserables, se pintaba la cruel satisfacción de un buitre frente a su presa. Sus labios temblaban a impulsos de la emoción. "¡Ya están!" ¡Al fin iban a saciar su sed de sangre! Mentalmente se regocijaban con la perspectiva de su crimen. ¡Son tan malvados!

Ayudaron a Julio a colocar el saco en rincón situado debajo del porche. Alentaron al Tonto, apresurándolo para que fuera a llamar al Moruno. Las dos panteras oían los gritos de Bernardo que lloraba con ese desconsuelo de los niños que tienen miedo, sin conmoverse. A veces se aproximaba al saco Agustina y dándole con el pie, gritaba enfurecida "¡Calla, niño! ¡Calla!"

Bernardo, sin embargo, comprendiendo lo que le esperaba, seguía aterrorizado, enloquecido de pánico y lloraba, gritaba, llamaba a su madre, ¡Mama, mama, madre mía..." sollozaba. ¡Ay papa, que me matan, que me matan!..."

Los verdugos le pegaban para que no gritase con voz tan fuerte.

El lugar horrible.

El cortijo de San Patricio, es de esos lugares que ponen miedo y pavor en el ánimo más sereno. Solitario, perdido en medio del campo, rodeado de montes escabrosos, se halla aislado entre aquellos parajes, sin contar en su contorno con ningún sitio habitado en tres cuartos de legua a la redonda.

Parece el sitio predestinado para la ejecución de crímenes donde no queda más amparo ni más auxilio que los del cielo. Por estas razones, todos los vecinos de Gádor y Rioja, y los pueblos comarcanos, sintieron siempre particular aversión al cortijo de San Patricio, cortijo que es un destierro. Solamente, de tarde en tarde, se contemplan figuras humanas desde él. Lo fatídico, lo apartado, lo escondido y solitario del lugar del crimen, hacen más espantoso todavía el asesinato de Bernardo González, por constituir en él una agravante; es ésta la de haberse verificado en despoblado.

Demasiado sabían los criminales que en aquel cortijo no había de acudir nadie a impedir la realización de sus propósitos. Estaban seguros de que las tumbas no hablan y aquello es una tumba.

En busca del monstruo.

- "Apenas si me dejaron descansar, -dijo Julio, -cuando llegué con el niño en el saco".

"Frasco Leona y mi madre me dijeron que fuera a llamar al Moruno, cuyo cortijo del Carmen se encuentra a media hora de andar, y yo fui a decirle que viniera".

"En el camino, me dieron intenciones de volverme; pero como todos me estaban esperando no me atreví."

"Cuando llegué, avisé al Moruno para decirle que ya estaba el niño en mi cortijo y entonces fue cuando se vino conmigo."

"Al fin llegó Francisco Ortega, el Moruno. Iba ligero, casi a la carrera".

Los otros criminales se regocijaron con la vista de aquel malvado.

Ya llega la hora, pensarían; y pensando así, recibían con cariño a Francisco Ortega, el autor inductivo del repugnante crimen.

Llegada de otra fiera.

Antes de la llegada del vampiro que había de sorberse la sangre de la preciosa víctima, acudió al lugar fatídico, como cuervo que huele carne, el asesino José, hermano de Julio Hernández.

Sobre el mismo porche del cortijo, refirió Julio a las autoridades lo que sigue: "Cuando mi hermano José vino del trabajo, dejó un cesto que traía en un rincón que hay ahí dentro;" y acto continuo, lo señaló a la derecha del fogón de campana que existe en el zaguán o habitación de entrada.

"Después estuvo hablando con su mujer Elena, y mi cuñada le contó que yo había ido a llamar al Moruno. Al salir de la cocina, ya había yo regresado; y entonces fue cuando se sentó en ese poyo, (señalando el sitio) donde continuó mientras entre todos hicimos aquello."

"Mi cuñada Elena se quedó dentro, haciendo de comer, y después volvió a salir, para hablar con mi madre."

Arrojado a la cueva.

Antes de que llegaran Julio y Leona, condiciendo en el saco al desdichado Bernardo González, entró en el cortijo Pedro Hernández, marido de Agustina.

Tanto ésta como Elena, considerando que con la presencia de aquél peligraba la realización de su delito, procuraron alejarlo de allí.

Para este objeto, le dijeron que marchara a acostarse a la cueva donde dormía Pedro de ordinario; cueva situada a unos setenta metros del cortijo de San Patricio.

Pedro, acostumbrado a obedecer, a ser juguete tanto de Agustina como de todos los individuos de su familia, siguió el consejo, yéndose humildemente a refugiarse en la cueva donde se albergaba.

En esta misma cueva, fue donde Agustina metió los sacos que sirvieron para conducir a Bernardo, sacos que iban llenos de la sangre que vertió el niño por sus heridas.

Se consuma el crimen.

Todos los preparativos habían terminado y llegó el preciso momento del sacrificio.

Describiendo el macabro, el espeluznante cuadro que la víctima ofrecía, rodeada de sus verdugos miserables, Julio se mostró severo y sin temor a nadie para decir:

- "Primero, tendimos al niño con la cabeza frente a esa ventana, y el angelico llama a su papa y a su mama, y a mí me daba mucha lástima, porque lloraba mucho y decía: ¡que me matan! ¡que me matan!"

"Yo me coloqué, porque me lo dijo Frasco Leona, al lado derecho, y lo agarré de la cintura; mi madre estaba a la izquierda, junto a la cabeza del niño, sujetándole el brazo derecho, levantándole la manga del camisón y con la otra mano el izquierdo, para que no manoteara."

"Mi hermano José, estaba sentado en ese poyo (señalaba el sitio) frente a la cabeza del niño. Mi hermano, sí es verdad, -decía Julio- volvió la cabeza dos o tres veces, mirando con la cara a otro lado, por no ver lo que estábamos haciendo."

"Frasco Leona se puso a la derecha, al lado contrario a mi madre. Cuando fue a meterle la faca al niño para sangrarlo, dijo Leona:

- 'Tened bien ahora'; y le pinchó y llenó el vaso entero."

"¡Ah! se me olvidaba", exclamó el asesino, al pronunciar las anteriores palabras. "Como con los preparativos se pasó mucho tiempo, se hizo de noche; y como no se veía, entró Leona al cortijo y sacó el candil que se encontraba colgado en la campana de la chimenea, y lo colocó pendiente de esa cinta blanca que hay amarrada, por encima de donde estaba mi José."

"Cuando sacaron el candil, mi cuñada Elena se quedó a obscuras; pero miró por esa ventana, porque ella estaba dentro." (En este extremo, Julio titubeó un poco, como con deseos de acusar más a Elena, pues según impresiones de los que se encontraban presentes, parece como que ella bien pudo haber estado alumbrando. Esto no llegó, sin embargo, a aclararse.)

"El tío Frasco el Moruno" -siguió diciendo Julio,- "se colocó ahí (a un metro de distancia)  desde donde lo presenció todo."

"Mi madre, Agustina, tenía sobre la falda un papel con azúcar y aparó la sangre en un vaso con una cucharilla pequeña, muy cara, de esas que valen un real; y cuando la sangre cayó, empezó a moverla dándole muchas vueltas, después de haberle echado el azúcar."

Bebiendo la sangre

Con la rudeza de su expresión brusca, siguió Julio su relato. Según él, en el momento de beberse el Moruno la sangre, se hallaba realmente horrible. Antes de llevarse el vaso a los labios, el vampiro exclamó: "Mi vida es primero que Dios", y apuró el contenido de la vasija de un solo trago, sin hacer una mueca de asco, limpiándose con el dorso de su mano peluda, los coágulos que quedaron adheridos a su bigote y pegados a la barba.

Parecía que se agigantaba el monstruo al saciar los feroces apetitos de su corazón de chacal.

"Una vez que se lo hubo bebido" -decía Julio- "Francisco Leona le mandó que se metiera enseguida a la cama a sudar, que ya le llevaríamos las mantecas; y el Moruno se fue a su casa."

"Cuando ha se iba para su cortijo, Leona y mi madre estuvieron hablando con él, y entonces fue cuando les dio el dinero."

"Ahí, en ese mismo sitio" -señalando como a diez metros del lugar del sacrificio- "fue donde Leona le dio a mi José los dos duros y él se metió entonces en el cortijo y se los dio a mi cuñada Elena."

Esta, por el contrario, manifestó que después de sacar Leona el candil, siguió haciendo de comer y no vio nada; cosa que se comprobó no era cierto, pues Julio dijo verdad en sus acusaciones.

ültima hora de Bernardo

"Terminada la sangría" -continuó Julio- "Frasco Leona le vendó el brazo muy bien, para que el niño llegara con vida y lo metimos de nuevo en el saco para llevarlo al barranco."

"Mi cuñada Elena se quedó en el cortijo; y mi madre Agustina, mi José, Leona y yo, nos fuimos al barranco del Jalbo, donde entre los cuatro lo matamos."

El fatídico barranco dista del ya tristemente célebre cortijo de San Patricio, hora y cuarto de camino en dirección Noroeste.

Después de relatar Julio el acto aquel del sangramiento del niño, con todo género de detalles, dijo, que cuando lo metieron por última vez en el saco, todavía continuaba el pequeño infante gimiendo, llamando con apagadas voces a su mama, a su papa, en sus desvaríos, en su agonía...

"Ya llevaba poca vida" -decía- a pesar de que se notaba el último esfuerzo de una vida robusta y lozana.

En  busca de los criminales.

Serían las siete de la mañana cuando el vecindario de Gádor se apercibió de la presencia del Juzgado y de que con ellos iban los criminales y una gran parte del pueblo se dirigió al cortijo de San Patricio, para contemplar de nuevo a los verdugos del malogrado Bernardo.

Entre la multitud iban la madre de la víctima y dos hijos suyos. La madre, loca, dolorida, manifestó deseos de seguir a la justicia en el trayecto que recorriere.

Las autoridades accedieron a tales pretensiones, incorporándose aquella madre acongojada con la comitiva, que para comprobar otra declaración de Julio se dirigía hacia el cortijo del Moruno.

El Juez, viendo la ansiedad que reinaba entre la multitud y temiendo con fundamento que la indignación popular estallase en forma violenta en la estación de Gádor, en presencia de los verdugos del pobre niño, dispuso que la Guardia Civil condujera a Benahadux a los malhechores con objeto de que allí montaran en el tren mixto.

La gente, ante esta orden, insistieron en seguir a los criminales durante todo el trayecto, impidiéndolo la Guardia Civil.

El festín de un monstruo.

Antes de marchar con las autoridades hacia el cortijo del Moruno, Julio Hernández se puso a comer chumbos sin quitarse las esposas que llevaba puestas.

Los nopales de donde cogió los chumbos están situados a unos tres metros de distancia del lugar donde se cometió el asesinato en el cortijo de San Patricio.

Puesto a comer chumbos el bestia, cuyo apetito es voraz, se comió 52. Con las manos los pelaba y de un solo bocado los engullía. ¡Maravillosa desaprensión la de este malvado sin conciencia, que después de haber horrorizado a todos con lo espantoso de sus declaraciones, todavía se conserva sereno y siente furiosas ganas de comer!

Es hasta donde puede llegar el cinismo de un malvado. Nada le conmueve, nada le perturba. Difícilmente será posible encontrar un monstruo semejante que posea un corazón tan miserable ni un alma tan canallesca.

Todos los presentes se asombraron de aquel hecho extraordinario. Julio Hernández ha logrado sorprender a todos con su espíritu brutal y sanguinario.

En el cortijo del Moruno.

Ultimadas las diligencias de reconstitución del horrible crimen, en el cortijo de San Patricio, las autoridades, acompañadas del salvaje Julio Hernández, de la madre del niño Bernardo y de sus otros dos hijos, dirigiéronse al cortijo del Carmen, donde el vampiro vivía.

Una vez allí, Julio comprobó lo que había manifestado anteriormente en la cárcel, respecto a como entregó las vísceras en unión de Leona y su madre.

Sobre el mismo terreno, explicó Julio, que para penetrar en la casa, para colocarle al monstruo las mantecas en su peludo pecho, entraron por la espalda del cortijo, pasando por un chamizo de cañas que ellos llaman el kiosco.

Ultimada esta prueba, las autoridades regresaron de nuevo.

Cuadro angustioso.

Terminadas las últimas diligencias en el cortijo del Moruno, dirigióse el Juzgado al del Reuni, de la propiedad de don Ramón Orozco, a fin de tomar el desayuno, pues eran a la sazón las ocho de la mañana.

Allí les aguardaba una triste sorpresa. En la puerta les salieron al encuentro los cuatro hijos de Francisco el Moruno. Llámanse éstos, María, de 20 años; Carmen, de 18; Antonia, de 12 y Francisco, de 15, quienes iban a preguntar a don Ramón Orozco: Si ahorcarían también a su madre.

La escena desarrollada entre aquellos cuatro desgraciados, fue deprimente. Lloraban las mozas, gritaban los chicos, todo era espanto, dolor y angustia. ¡Triste destino el suyo de ser hijos de un malvado!

Las autoridades la apartaron de ellos, sobrecogidos, casi apenados. La mayoría de los funcionarios judiciales allí presentes, son padres.

Veían allí cuatro inocentes sacrificados también por el Moruno. ¡Pobres seres condenados por la fatalidad a vivir sellados con un estigma infamante!

Fue aquel encuentro un paréntesis de melancolía compasiva, abierto en la faena fiscalizadora de las autoridades.

¡Tengamos lástima de esas cuatro criaturas que ya pueden llamarse huérfanos y cuyo delito ha consistido en nacer, engendrados por uno de los malhechores más infames que tuvo la humanidad!

El regreso a Almería.

A las nueve y media de la mañana montaron nuevamente las autoridades, en sus respectivos automóviles,para regresar a Almería.

Al cruzar el paso a nivel de Benahadux, correspondiente a la vía férrea de Linares, los expedicionarios apercibiéronse del gentío inmenso que invadía la estación de Benahadux, rodeando a los presos y a la Guardia Civil, que aún esperaban la llegada del convoy.

Como medida de precaución. el Juez indicó la conveniencia de llegar a Almería antes que el tren mixto, ante el temor de una posible alteración, en contra de los criminales; y en efecto aligerada la marcha, consiguieron llegar antes que el tren a la estación de Almería, donde el teniente de la Guardia Civil señor Bueno, con fuerza a sus órdenes, esperaba la llegada de los asesinos.

Escoltados por cuatro parejas de la Guardia Civil, los verdugos del niño montaron en dos carruajes cerrados para ser trasladados a la cárcel.

Gran expectación. Gentío inmenso.

A las once menos cuarto de la mañana, trasladáronse las autoridades judiciales a la prisión preventiva, donde presenciaron la llegada de los malhechores.

Un gentío inmenso afluyó de todas las calles del tránsito, formándose una masa compacta de gente en las inmediaciones de la cárcel, calles Real y Gerona, haciendo imposible por ellas el tránsito.

Al descender los presos para ingresar de nuevo en sus calabozos, habíanse reunido más de mil quinientas personas.

Varios detalles.

Cuando Julio el Tonto describía en el cortijo de San Patricio el preciso momento de beberse el Moruno el vaso llena de sangre, el vampiro, cuya alma corre parejas con su ridículo apodo, pronunció las siguientes frases para desmentir a Julio:

"No es verdad. El vaso no estaba lleno, sino que eran dos dedillos. Eso es lo mismo que lo de las mantecas, y tanto con las mantecas, cuando no fue más que un pedacillo así", (Y señalaba una extensión como de una cuarta).

* * *

Los hijos de Francisco el Moruno han abandonado el cortijo de San Patricio, donde habitaban con sus infames padres, y viven solos, completamente solos, en una cueva.

Nuestra felicitación.

No vamos a ser extensos. Concretémonos a felicitar una vez más a las autoridades, por haber coronado su obra con la reconstitución del crimen, que es el reflejo y nada más que el reflejo de lo que ya constaba en el sumario, gracias a su exquisito tacto y a su discreción reconocida.




La Correspondencia de España
Martes, 28 de noviembre de 1911, página segunda

Almería. (Lunes, tarde). Hoy han comenzado, en la Sala de la sección segunda de esta Audiencia, las sesiones del juicio por el proceso incoado contra Julio Hernández Rodríguez (a) Tonto, Francisco Ortega Rodríguez (a) Moruno, Agustina Rodríguez González, José Hernández Rodríguez, Elena Amate Medina, Pedro Hernández Cruz y Antonia Hernández, acusados de haber dado muerte alevosa al niño de siete años Bernardo González Parra, en el cortijo de San Patricio, paraje de "Las Pocicas", término de Gádor, la noche del 28 de junio de 1910.

Después de tomar asiento los procesados, convenientemente custodiados por la benemérita, se constituye el Tribunal de derecho en la forma siguiente: presidente, D. Rómulo Villahermosa; magistrados, D. Emilio Vélez y D. Joaquín María Becerra. Fiscal, D. Federico Castro Ledesma.

Defensores: del Moruno, D. Enrique Mateos; de Agustina, madre del Tonto, D. Francisco Maldonado Sánchez; de Julio, D. Matías Granados Ferrer; de José, hijo de Agustina, D. Francisco Coromina Puig; de Elena, mujer de José, D. Manuel García del Pino; de Pedro, padre de Julio, D. Francisco Rovira Torres, y de Antonia, mujer del Moruno, D. Pascual Domínguez.

El autor material del crimen, Francisco Leona, falleció en la cárcel de Almería, en mayo del año actual, a consecuencia de una gastritis aguda.

Empieza la lectura de los autos.

Conclusiones del fiscal.- Los defensores.

Acto seguido se procede al sorteo de jurados, y una vez elegidos, el presidente ordena al secretario la lectura de los escritos de conclusiones provisionales de las partes. El del fiscal dice así:

Primera. Vivían en el paraje de Las Pocicas, cortijo de San Patricio, término de Gádor, con anterioridad a la fecha que se indicará, el matrimonio Pedro Hernández Rull y Agustina Rodríguez González, y su hijo soltero Julio Hernández Rodríguez, y al lado, en otra vivienda, otro hijo del primero llamado José, casado don Elena Amate Medina, y por aquellas inmediaciones, como a veinte minutos de distancia, en el cortijo del Carmen, el tercer matrimonio, Francisco Ortega Rodríguez, alias Moruno, enfermo del pecho, y Antonia López Delgado, todos los que conocían y trataban a Francisco Leona, de Gádor, de oficio barbero y curandero en toda aquella comarca. Éralo también, y muy significada, la Antonia López, y aún más fanática, la Agustina Rodríguez.

Con este motivo, las mujeres, el Moruno y Leona hablaron diferentes veces sobre la enfermedad y remedio del dicho Moruno, recetándole aquéllas algunos menjurges y, últimamente, de procurarse y ponerse unas mantecas infantiles en el pecho de su marido y beber sangre de la víctima. La Agustina, quien dicen sus hijos que de antiguo estaba en relaciones íntimas con Francisco Leona, también entró en el acuerdo de la indicada operación, y por indicación de la Agustina, sus hijos Julio y José, y éste con su mujer, todos atentos al lucro de una cantidad que el enfermo daría, que se supone fuera de 3.000 reales.

Y al efecto, avisados y convenidos todos y animados de un mismo propósito, conjuntamente y en unidad de acción, obedientes a la idea de lucro por sucesivos encadenamientos de unos y otros, llevando la iniciativa el Leona y el Julio, sólo esperaban el momento y oportuna ocasión de poder apoderarse de un tierno niño para ejecutar sus criminales propósitos, persistiendo en esta idea días y días, hasta poder conseguirlo, y en la tarde del 28 de junio del próximo pasado año de 1910, citados previamente el Julio Hernández y Francisco Leona en la desembocadura del barranco del Jaivo, confluencia con el río Andarax de esta capital, que da punta al pueblo de Rioja, se apostaron ocultamente en un cañaveral, margen izquierda de dicho barranco, donde arraiga una frondosa higuera, dichos sujetos, porque por allí habían de pasar, cual costumbre de ir, los chicos a comer brevas y albaricoques la víspera de San Pedro; no se equivocaron, y desde el acecho vieron venir por el cauce del río tres niños con la ropita al brazo, quizás por haberse bañado y, atravesando un bancal, cogió el Leona de la mano al niño de siete años Bernardito González Parra, que se separó de los niños porque los otros no querían que fuera con ellos; haciéndole promesas de llevarle a comer brevas y albaricoques, lo introdujeron en el cañal, donde el río lloraba porque no quería seguir, y entonces el Leona, que llevaba al intento un saco, que obra en la causa, encontrado a Agustina, le dijo a Julio que lo abriera, y lo metió dentro para que no se oyeran los gritos, dándole vueltas a la boca de dicho saco, cargándoselo al hombro el dicho Julio, caminando barranco arriba, con precauciones al atravesar la carretera en dirección al cortijo de San Patricio, situado en un cerro alto, desde el cual se ven a distancia las personas por la gran planicie que hay, llegando al oscurecer, donde ya les esperaba la Agustina.

Dejaron al niño en un pozo que hay en el porche de dicho cortijo y esperaron que llegara José del trabajo, próximamente a las nueve de la noche, justándose, además de estos cuatro, Elena, mujer de José, que se enteró cuando regresó de traer un cántaro de agua, y Francisco el Moruno, a quien llamó Julio por orden de su madre y Leona, que estaba advertido en su cortijo, a distancia unos veinte minutos; todos dispuestos a dar comienzo a la cruenta operación y ayudados de la luz del candil de la casa de Elena, con que ésta alumbró, sacaron al niño del saco, y en el suelo, desoyendo los monstruosos asesinos los ayes inocentes del ángel escogido para víctima de la ferocidad más estupenda, que llamaba así: "¡Papica! ¡Mamica!"

Lo suspendió Julio por medio del cuerpo, y su madre, Agustina, desabrochándole la camisita, le levantó al brazo izquierdo, y sujeto por los demás, el Leona, con una faca, le pinchó en el sobaco izquierdo, moviendo la herramienta dos o tres veces para llamarle la sangre, cuyo chorro aparó la Agustina en un vaso que en la otra mano sostenía, echándole azúcar que tenía preparada en un papel, moviéndola con una cuchara y dándole un vaso de sangre al Moruno, que impasible contempló la operación, se la bebió con avidez, blasfemando que "primero era su vida que Dios".

Pedro Hernández, aunque enterado y conforme de lo que se trataba de hacer, se retiró antes de dar principio al crimen a una cueva que hay a sesenta metros de distancia, donde dormía casi todas las noches para guardar las higueras y albaricoqueros, siendo racional que se apercibiera de todo. Sin embargo, los pantalones que llevaba puestos el día del crimen, estaban manchados de sangre humana, según el examen de la Academia o Laboratorio de Medicina de Sevilla.

Verificada esta primera parte de esta horrible tragedia, el Moruno dio a Agustina y Leona seis duros a cuenta de las 750 pesetas convenidas, dando al José dos duros, nada a Pedro y nada a Julio de los diez duros ofrecidos, y se marcharon a su cortijo a esperar las mantecas anheladas.

Después, y ya entrada la luna, prosiguiendo la ferocidad salvaje, sin que aquellos corazones se movieran a la más elemental piedad, vivo todavía el niño, volvieron a meterlo en el saco y lo llevaron Julio, José, Leona y Agustina al sitio solitario y oculto cual calvario, llamado Barranco de José Pilar, sitio elegido por Julio, y allí éste, arrojando piedras de gran tamaño a la cabeza y después otra como de diez kilogramos de peso, lo remató, destrozándole la cabeza, cara y con fractura de los huesos en la región frontal, entre la nariz y los ojos, en el parietal izquierdo, rasgando el frontal y la región occipital con fractura del cráneo, y en tal estado, muerto ya el niño Bernardito, el Leona, ayudado por los otros tres, con un instrumento cortante le infirió otra herida grande desde el esternón hasta el pubis, abriéndole los intestinos y sacándole las mantecas, le fueron llevadas al Moruno por Julio, que se las puso en el pecho, ayudado por su mujer.

Seguidamente llevaron el cadáver a un goterón, en un barranquillo que afluye al mismo, debajo de un cortado que hay en un peñón grande, lo ocultaron boca abajo y sobre él una piedra enorme, y al lado los intestinos extraídos, tapándolo todo con matas, permaneciendo allí hasta el día siguiente 29, que el propio Julio, acaso porque no le gratificaron, denunció el hecho al Juzgado, inventando la fábula de que cazando pollos de perdiz tocó con la mano en dicho cadáver.

La mujer del Moruno, prevenida por el descubrimiento de los hechos, lavó la camisa que su marido tuvo puesta y manchada de grasa, y Agustina recogió el saco que sirvió de prisión para conducir al niño Bernardo, escondiéndolo sin tiempo a borrarle las manchas de sangre reconocidas como humanas.

Segunda. Estos hechos constituyen el delito de asesinato, calificado por la alevosía, comprendido y penado en el art. 418, circunstancias primera y tercera del Código penal, en relación con la regla segunda del art. 10.

Tercera. Son autores por haber tomado parte directa material en la ejecución de los hechos, según el núm. 1º del art. 13, los procesados Francisco Leona Romero, Francisco Ortega Rodríguez, Agustina Rodríguez González, Julio Hernández Rodríguez, José Hernández Rodríguez y Elena Amate Medina, y autores por imprudencia, según el número 2, Antonia López, y según el número 3 Pedro Hernández.

Cuarta. Concurren y son de apreciar en contra de los expresados las circunstancias agravantes 3ª, 6ª, 7ª y 17 de dicho cuerpo legal, apreciando la 3ª como genérica, si queda calificado el delito sólo por la alevosía, solicitando se imponga a cada uno de los procesados la pena de muerte en garrote.

Los defensores, a su vez, solicitan la absolución para cada uno de sus representados.

Precauciones y excitación popular.

Almería. (Lunes, noche.) Desde antes de comenzar la vista de la causa de Gádor, las puertas de la Audiencia y de la Cárcel estaban atestadas de público.

La benemérita patrullaba por los alrededores, pues se temía que la gente intentase apoderarse de los criminales.

Al salir éstos, a las nueve de la mañana, escoltados por dos parejas de Caballería y tres de Infantería, la muchedumbre les dirigió duros apóstrofes (sic), prorrumpiendo todo el mundo en denuestos contra ellos, hasta que el coche en que fueron encerrados desapareció camino de la Audiencia.

Al entrar en la sala, los acusados mostráronse tranquilos, excepto la mujer del Moruno, que lloraba amargamente.

Cuando se les hizo sentar en el banquillo, el público volvió a apostrofarlos, oyéndose gritos de "¡Fuera!", "¡Mueran los criminales!", amenazando el presidente con hacer despejar la sala si proseguía el alboroto.

Restablecido el orden, dio comienzo el juicio, leyéndose las piezas documentales.

Declara Julio Hernández.

Después se procedió a tomar declaración al procesado Julio Hernández, quién manifestó que el Moruno y Leona fueron los únicos autores del crimen, y que si él merecía ser ahorcado, que podían quitarle cuantas vidas tuviera; pero que era una infamia castigar a todos por igual.

Como esta declaración no concordase con la que aparecía en el sumario, añadió el procesado que había recibido nueve reales para que acusara a todos, como así lo hizo al ser capturado.

Siguió diciendo que le fue quien metió al niño en el saco, Leona quien le pinchó en el costado izquierdo y el Moruno quien se bebió la sangre que de la herida manaba.

El Moruno interrumpe con frecuencia al declarante, suscitándose entre ellos algunos altercados que corta la presidencia.

Añade que se echó a hombros al niño por temor a Leona, que le amenazaba con matarle si se negaba a cargar con la víctima.

Los demás procesados.

Declaran a continuación los demás procesados, quienes niegan tener participación en el crimen.

Celébrase, sin resultado alguno, un careo entre Julio y el Moruno, y comienza la prueba testifical, suspendiéndose la vista a las seis de la tarde, para reanudarla mañana, a las diez.



La Correspondencia de España
Miércoles, 29 de noviembre de 1911, página primera

La tercera sesión. Los testigos de las defensas. La prueba pericial. La prueba documental.

Almería. (Martes, noche.) Esta mañana, a las diez, comenzó la tercera sesión del juicio por el crimen de Gádor, viéndose en el salón más público que en las anteriores.

Tras de declarar los testigos de las defensas, que se expresaron en términos favorables a los procesados, celebróse la prueba pericial, informando los médicos señores Fernández Viruega, López Ortiz, Pérez Cano y Arigo Serrano.

Sostuvieron los dos primeros que Julio tiene debilitado el cerebro; que no es hombre de juicio natural; que no conoce la moneda ni sabe contar; que un cretino reconocido por ellos tuvo acciones y realizó actos idénticos o análogos a los de Julio, y, por último, que éste mató por influencia, incapaz que era de resistir a la voluntad ajena por carecer de voluntad propia.

Sostuvieron, por el contrario, opuesto criterio los Sres. Pérez Cano y Arigo Serrano, manifestando que, a juicio suyo, fueron los instintos perversos de Julio los que le impulsaron al crimen.

Ante tan marcada contradicción, pidieron las defensas a los peritos concretasen su respectiva opinión acerca del estado mental de este procesado, contestando, al efecto, con un "sí" o un "no" a la pregunta: ¿Tiene Julio atrofiado el cerebro?

Los cuatro contestaron afirmativamente.

Leyóse a continuación la declaración de la autopsia practicada al niño, víctima del horrendo crimen.

Terminada la lectura, se suspendió a las doce la sesión hasta las cuatro, hora en que se reanudó, siendo dedicada por entero a la prueba documental, que duró hasta las seis.

El traslado de los procesados.

Almería. (Martes, noche.) El traslado de los procesados se efectúa con grandes precauciones.

Son conducidos a pie, porque todos los cocheros se han negado a trasladarlos, en vista de la excitación popular, que se manifiesta con silbidos, insultos y pedradas.

Mañana acusará el fiscal y comenzarán sus informes las defensas.



La Correspondencia de España
Jueves, 30 de noviembre de 1911, página tercera

Almería. (Miércoles, tarde.)

A las diez de la mañana empezó la vista de hoy del crimen de Gádor.

Entre el público se veían algunas señoras.

Muy temprano fueron conducidos los presos a la Audiencia, a fin de evitar desórdenes.

Aumenta notablemente la expectación.

Entre el público estaba la tiple Srta. Argota, que presenció toda la sesión.

Los procesados entraron en la sala indiferentes. El hijo de Elena es monísimo y atrae todas las miradas.

Se dio lectura a las conclusiones.

El fiscal califica de responsables del asesinato a los procesados, ateniéndose al artículo 418, excepto para Elena.

Para el padre de Julio y para la mujer del Moruno retira la acusación.

El acusador privado mantiene sus conclusiones.

El defensor de Julio hace a éste responsable de asesinato sin alevosía.

El defensor de Elena júzgala encubridora, y el de Agustín, cómplice.

Lo mismo sostiene el defensor de José.

El del Moruno sostiene que obró éste impulsado por el instinto de conservación y que aceptó la medicina sin saber que era sangre, en su deseo de sanar de la bronquitis pertinaz.

Al enterarse del crimen se horrorizó y bebió la sangre como el náufrago que se agarra a una tabla.

El defensor de José niega que éste tenga participación en el crimen.

Después se hace la pregunta de costumbre sobre "si alguien sostiene la acusación contra Pedro Hernández y Antonia López" y al ver que nadie responde, se dicta el sobreseimiento. Los ex procesados continúan en el banquillo ante el temor de que si entonces salen se produzcan alteraciones de orden público.

El fiscal, D. Federico Castro, declara emocionado que recuerda el monstruoso crimen, que tiene matices de conseja y atrae la execración de todo el mundo.

La indignación popular ha demostrado que el público protestó en nombre de la sociedad entera.

Califica de nido de víboras con forma humana, a los asesinos, relatando los hechos de autos.

Demuestra que la extracción de la sangre no pudo hacerse por menos de cinco personas.

Califica al Moruno de vampiro, que cree en Dios, y, sin embargo, blasfema al beber sangre, diciendo que primero el él que Dios.

Después de un descanso de cinco minutos, sigue el fiscal su informe.

Relata los hechos de autos, y llama a Julio cómico, infame y criminal.

Refuta las conclusiones de la defensa.

La sesión se suspende a las tres de la tarde.

Los procesados permanecieron en la Audiencia hasta que se marchó el público.

Éste, sin embargo, esperó en la calle.

Los procesados siguen protestando de su inocencia.

Continúa el fiscal.

Almería (Miércoles, noche.) A las tres de la tarde se reanuda la sesión, continuando su informe el fiscal.

Sostiene la agravante de premeditación, basándose en la prueba documental.

Recuerda los dictámenes de los peritos, que en su mayoría sostienen que Julio no es tonto.

Afirma que los hechos de autos constituyen un asesinato con alevosía, y prueba la existencia de la agravante, describiendo los momentos de angustia y de terror del niño Bernardo al ser cazado por Julio y por Leona.

El fiscal dice que aquellos gritos de angustia no fueron oídos ni en el cielo ni en la tierra, permitiendo el triste destino tan horrendo crimen para que sirviera de enseñanza a la Humanidad.

Asegura que Leona, Julio y el Moruno concertaron la muerte del niño para extraerle las mantecas y curar al Moruno.

El aludido interrumpe indignado.

Continúa el orador su acusación tratando de establecer la complicidad de Elena en el crimen.

Ocúpase después del estado mental del Tonto, y dice que los forenses no explicaron el informe en el que sostenían la idiotez del Tonto y su cretinismo, afirmando de paso que los cretinos son muy raros en España y que únicamente se registran algunos casos en las montañas de Asturias.

Añade que Julio carece de antecedentes de familia en que apoyar su locura o su imbecilidad, que, a juicio del fiscal, más debiera calificarse de hidrofobia.

No extraña que la defensa del procesado sostenga la supuesta locura, porque éste es el recurso a que se apela cuando no hay otros en los que basar la inculpabilidad.

Recuerda que el Moruno renegó de Dios, y termina pidiendo al Jurado que de un veredicto de culpabilidad, lavando las manchas de la sangre inocente con sangre criminal.

El acusador privado.

El acusador privado, en su informe, glosa los conceptos de la acusación pública.

Califica a los procesados de fieras de cubil.

Repite la descripción de la caza del niño y de las ceremonias de brujería que celebraba el Moruno con su favorita Agustina y sus hijos, Julio y José.

Recuerda también la escena de salvajismo de la sangría y la manifestación de Agustina de que por un sólo día de libertad diría la verdad.

Hace hincapié en la actitud de los procesados, que no se conmueven ante el horrible relato de su obra.

Fustiga a las curanderas, y dice que los procesados que hoy se sientan en el banquillo son peores que las fieras, porque hasta las fieras respetan a los niños.

Para probar la intervención de José en el crimen, recuerda que éste discutió con el Tonto sobre la intervención del Moruno, durante la diligencia de inspección ocular que se hizo en el sitio donde se cometió el crimen.

Termina rogando a los jurados que no olviden el dolor de los padres del niño sacrificado al dar su veredicto.

Se suspende la sesión.

La sesión se interrumpe por unos minutos. Durante esta interrupción los fotógrafos impresionan dos placas de magnesio.

Agustina y José lloran y Julio cambia algunas frases con los periodistas.

El defensor de Julio.

A las seis y cuarto se reanuda la sesión y comienza su informe el letrado D. Matías Granados, defensor del Tonto.

Dirige su saludo al Jurado, al Tribunal de Derecho, a la Prensa y al público, y afirma que se presenta cohibido por el ambiente de hostilidad contra su defendido.

Recuerda que Julio ha prestado durante la instrucción del proceso 35 declaraciones, todas distintas de la hecha durante la vista de la causa, de modo que es imposible tomarlas como base de juicio.

Contestando al fiscal dice que si cree lo malo que el Tonto ha manifestado, viene obligado también a creer lo bueno.

Asegura que su defendido no intervino en el pacto entre Leona y el Moruno, y añade que Leona le buscó porque sabía su carencia de mentalidad.

Establece en elocuentes períodos la irresponsabilidad de Julio, basándose en los dictámenes médicos, y declara que en caso que esto no sea una atenuación, lo sería la falta de pruebas, pues es preferible absolver a cien criminales que condenar a un inocente.

Hace constar que defiende al procesado por estar convencido de su inocencia.

Relata la infancia de su patrocinado, que jamás estuvo en la escuela y anduvo por el campo dedicado a la caza de perdices y hasta de cigarrones, realizando actos que lo hicieron pasar por tonto ante todos los demás chicos de la comarca.

Apoyándose en los dictámenes de los periódicos de la acusación, que califican de infantiles los actos de Julio, dice el defensor que el Código no castiga a los niños.

Recuerda que el acusador privado califica el crimen de obra de un loco, y que el Tribunal Supremo ha declarado que en caso de imbecilidad dudosa debe atenuarse la pena.

Refuta las agravantes determinadas por el fiscal, y finaliza con una exhortación al Jurado para que juzgue con arreglo a su conciencia, olvidando la venganza.

El brillante informe del abogado defensor ha causado gran impresión en el público, siendo felicitadísimo.

La sesión ha terminado a las seis y media para continuar mañana a las nueve.

Los procesados absueltos.

Los procesados absueltos, Antonia López y Pedro Hernández, se han alojado, accidentalmente, en el Asilo de San Ricardo.



La Correspondencia de España
Viernes, 1 de diciembre de 1911, página tercera

Almería. (Jueves, tarde.) A las diez de la mañana se ha reanudado la vista de la causa del crimen de Gádor, ante numeroso público, en el que figuraban muchas señoras, letrados y militares.

El presidente concede la palabra a D. Francisco Maldonado, defensor de Agustina Mateos.

El defensor del "Moruno" pide la palabra para exponer una cuestión previa, se le concede y solicita la lectura de la declaración del "Tonto", el cual dijo que las mantecas del niño sacrificado eran para una persona conocidísima de Almería.

El presidente se niega a que se lea esa declaración, estimándolo una de las mil patrañas inventadas por Julio durante la instrucción del sumario, habiendo quedado demostrado entonces que carecía de fundamento.

El Sr. Mateos insiste, diciendo que la persona que ayudó a Julio se ha marchado a América. El letrado en esto padece una confusión, pues se halla en Barcelona. Pide que se suspenda el juicio y que se instruya una información suplementaria, a lo cual se opone el fiscal.

El presidente agita fuertemente la campanilla y el público acoge con rumores este incidente.

El Sr. Maldonado, después de un breve preámbulo, saluda al Tribunal y a la Prensa, excitándola a que refleje con exactitud los relatos de cuanto se diga en esta vista, a fin de que no se desvíe a la opinión.

Deplora los términos en que se expresó la acusación pública, estimándolo como una presión sobre el Tribunal y caso gravísimo.

Se duele de que consideren culpable a su defendida, cuando éste, sabiendo que los procesados iban a declarar en contra suya, pudo huir y no lo hizo, esperando tranquila el resultado.

Añade que no se ha presentado cargo concreto contra Agustina.

Estima inverosímil que se cometiera el crimen en dos sitios distintos.

La víctima salió de su casa recién comida, a la una de la tarde, y la autopsia ha demostrado que murió cuatro horas después de comer.

Estima innecesario utilizasen el candil, y niega que llevaran al niño directamente al barranco José y Pilar, sin detenerse en el cortijo, donde se exponían a la curiosidad de los vecinos.

Se ha dicho que esperaron a que luciese la luna a las nueve de la noche y aquélla en esa época no sale antes de las doce.

Niega que Agustina sea curandera, y termina excitando a los jurados que voten con arreglo a su conciencia.

El letrado se ausenta, y se suspende la vista cinco minutos.

La defensa del "Moruno".

Almería. (Jueves, noche.) Se reanuda la sesión, comenzando su informe el letrado Sr. Mateos, defensor del Moruno.

Sostiene la irresponsabilidad de su defendido, porque donde no hay razón no existe libertad, y donde no hay libertad tampoco puede razonarse.

Explica el carácter del Moruno. Dice que es apasionado ciego, y que el instinto de conservación absorbió su voluntad, pues, según han demostrado los peritos médicos, ejecutó el crimen bajo la presión de un miedo irresistible a la muerte. El Moruno obró por instinto, cosa muy diferente de la libertad humana, y si bebió sangre fue porque con ello creía salvar su propia vida. Afirma que no tomó parte directa el procesado en la comisión del delito, y que solo es responsable de la herida leve que produjo en el brazo del niño.

Reproduce y aplica a su defendido la argumentación hecha por el defensor de Julio.

El defensor de José Hernández.

El presidente concede la palabra a D. Francisco Coromina, encargado de la defensa de José Hernández.

Comienza su elocuente informe saludando al Tribunal, a la Prensa y a las señoras "cuya presencia -dice- predispone al perdón de los desgraciados que se sientan en el banquillo".

Califica de caso inaudito el que se haga responsable del crimen a su defendido.

Refuta los argumentos de la acusación, sosteniendo que están fundados en palabras y no en pruebas, porque las pruebas aportadas al juicio y al sumario son favorables a José Hernández y demuestran que estuvo trabajando hasta las nueve de la noche, no pudiendo intervenir, por lo tanto, en la comisión del crimen.

Prueba que en el sumario no aparecen cargos concretos contra el procesado, excepto en una tan sólo de las treinta y cinco declaraciones prestadas por el Tonto.

Suspendida la sesión a las tres de la tarde, se reanuda media hora después, diciendo la defensa de José Hernández que la prueba en el juicio oral ha venido a corroborar que no intervino en el crimen este procesado con las declaraciones de personas respetabilísimas.

Sostiene que el crimen se cometió antes de anochecer y asegura que su defendido se encuentra en el mismo caso que los dos procesados que ayer fueron puestos en libertad, pues tampoco tuvo conocimiento de lo que se había tramado.

Expone otros argumentos en prueba de la inocencia de su defendido y para refutar toda la idea de complicidad, y termina dedicando frases elocuentes dedicadas a los jurados suponiendo que habrán olvidado la acusación y que fallarán con arreglo a los dictados de su conciencia, seguros de que el pueblo honrado aplaudirá el veredicto de inculpabilidad para su defendido.

El defensor de Elena.

A continuación hace uso de la palabra el defensor de Elena Añate, Sr. García Pino.

Previas las salutaciones que el letrado dirige a la Sala, a la Prensa y al público, califica de execrable el crimen cometido y hace constar su respeto para el dolor de los padres de la víctima.

Rechaza con energía las frases del fiscal, que calificó de hidrofobia el estado de los que intervinieron en el crimen, pretendiendo con ello atenuar su intervención.

Lamenta también las palabras compasivas dirigidas a los procesados y desmiente lo dicho por el acusador privado, achacándoles el que no hubieran derramado una lágrima durante la vista de la causa.

Afirma, por el contrario, que su defendida ha llorado durante las sesiones, al igual que varios de los acusados.

Recuerda la máxima "Odia el delito y compadece al delincuente" para hacer algunas consideraciones referentes a la actitud del acusador privado.

Se promueve con este motivo un pequeño incidente, que termina explicando el letrado sus palabras.

A petición del defensor, que solicita un pequeño descanso, suspende el presidente la sesión, reanudándose a las cinco y media.

Prosigue el Sr. García Pino su informe y analiza el crimen calificándolo de hecho raro en la historia de la delincuencia para el que no hay palabras en el Diccionario con que execrarlo.

Afirma que lo único concluyente del juicio es la confirmación de la fragilidad del sumario y que las dudas que surgen del examen de este último impiden que se sostenga la acusación terrible.

Recuerda que Alfonso el Sabio dijo que era preferible absolver al culpable a condenar al inocente y sostiene que la nueva prueba del juicio ha demostrado la inculpabilidad de Elena.

A este efecto recuerda también las treinta y cinco declaraciones prestadas por el Tonto, la mayoría de las cuales no tenían otro objeto que el de retrasar la terminación del sumario.

En opinión del letrado, el crimen se cometió en el barranco de Jalvo y no en el cortijo donde afluyen las veredas y es un sitio visible e impropio para llevarlo a cabo.

Recuerda que tanto el fiscal como el acusador privado han reconocido que Elena no había concertado con Leona la comisión del delito y declara que su defendida le ha dicho que jamás hubiera intervenido en semejante crimen porque ella también es madre.

Establece una contradicción del fiscal al decir que el candil que alumbraba a los criminales lo tuvieron José y Elena, pues sobra uno de ellos.

Insiste en que su defendida no puede considerarse como cómplice aun cuando hubiera presenciado el crimen, bajo la presión de la amenaza y sugestionada por un miedo irresistible, y cita en pro de su razonamiento una resolución del Tribunal Supremo, en que se establece que la presencia no demuestra complicidad; así como tampoco venía obligada la procesada a la denuncia de los hechos presenciados, en el supuesto de que los autores fueran su padre y otros parientes.

Acaba con una elocuente excitación al Jurado para que dicte un veredicto justo y para que sea benévolo y compasivo, teniendo presente que condenar a Elena sería también condenar a su hijo, que quedaría falto del apoyo de su madre.

Terminado el informe, el fiscal rectifica para exponer una contradicción de la defensa; pero el presidente del tribunal interrumpe y el acusador público da por terminada la rectificación después de consignar su protesta.

Se suspende la vista hasta mañana a las nueve.

Los fotógrafos han sacado varias fotografías de la sala.

A la sesión de hoy ha asistido numeroso público, entre el que figuraban muchas señoras.

Los informes de las defensas son comentados favorablemente.



La Correspondencia de España
Sábado, 2 de diciembre de 1911, página tercera

Tres penas de muerte.
Protestas de los procesados. Resumen del presidente. El veredicto.

Almería. (Viernes noche.) Numeroso público, entre el que había muchas señoras, asistía a la sesión celebrada por la mañana de la vista de la causa por el crimen de Gádor.

Comienza la sesión por la pregunta a los procesados para que hagan las manifestaciones que deseen.

Todos los procesados, excepto Julio, hablan para hacer protestas de inocencia y pedir que los pongan en libertad.

Hace el resumen el presidente del Tribunal, Sr. Villahermosa, comenzando por elogiar a los funcionarios que instruyeron el sumario.

Dos veces interrumpe el Moruno, por lo que es llamado al orden.

Termina el presidente el imparcial resumen, excitando al Jurado a que busque la verdad, esté donde esté. Pide al Cielo rayos de luz que iluminen a los jurados.

Se da lectura a las preguntas del veredicto.

El fiscal pone reparos al interrogatorio, porque no se han aceptado algunas preguntas que propuso.

El abogado defensor de Julio, Sr. Granados, elogia la forma en que están redactadas las preguntas del veredicto.

El Jurado se retira a deliberar.

Agustina llora y protesta de que se la condene.

Todos promueven gran alboroto.

El presidente ordena que lleven a Agustina fuera de la sala mientras delibera el Jurado.

Reanudada la vista se da lectura al veredicto.

Consta de 28 preguntas, y de las contestaciones resulta la declaración de autores, con agravantes que determinan el asesinato, para Julio, Agustina y el Moruno; de cómplice, para José, y de encubridora, con la eximente de parentesco con uno de los autores, para Elena.

Durante la lectura del veredicto, en el público se observa gran expectación.

Agustina toma en brazos a la niña de Elena y ésta se desmaya.

Julio, el Tonto, permanece indiferente, y los demás procesados lloran.

Se suspende el juicio hasta las tres de la tarde.

La opinión espera con ansiedad el fallo del Tribunal de Derecho, aun cuando se tiene por sabido, conocido el veredicto del Jurado, que es bien acogido por la mayoría.

Lo único que origina discusión es la parte referente a Julio, pues se recuerda que en el informe de los peritos médicos no ha quedado demostrado que sea normal, como lo declara el Jurado en sus contestaciones.

Petición de penas. Sentencia condenatoria. Elena, absuelta.

Almería. (Viernes, noche.) A las tres y media se reanuda la sesión, abriéndose el juicio de Derecho.

El fiscal, después de examinar el veredicto, considera como autores de la muerte del niño, con agravantes cualificativas de asesinato, a los procesados Agustina Rodríguez, Francisco Ortega y Julio Hernández, para los que pide se aplique la más grave pena del Código; encuentra declarada la complicidad de José Hernández, también con agravantes, por lo que entiende le corresponde la pena de diez y siete años y un día de cadena temporal, y en cuanto a Elena Amate, si bien afirma el Jurado que fue encubridora, también declara que tiene parentesco con uno de los autores en grado que le exime de responsabilidad.

El acusador privado se adhiere a la calificación y petición de penas del fiscal.

El defensor de Julio Hernández, el Tonto, compara y analiza varias respuestas del veredicto para pedir que a la responsabilidad de ellas se deduce corresponde para su defendido la pena de cadena perpetua.

Los defensores de Francisco Ortega, el Moruno, y de Agustina Rodríguez sostienen igual criterio que el anterior.

El defensor de José Hernández pide para su defendido la aplicación, alternativamente, de doce y catorce años de cadena temporal.

Finalmente, el defensor de Elena se adhiere a las calificaciones de las acusaciones, pidiendo la absolución para su defendida.

El Tribunal de Derecho se retira para dictar sentencia a las cuatro de la tarde.

Nuevamente se constituyó el Tribunal en la sala a las cinco y diez minutos.

El magistrado, Sr. Salvá, dio lectura a la sentencia, que fue escuchada con absoluto silencio por el numeroso público.

Se condena a Julio Hernández, el Tonto, Agustina Rodríguez y Francisco Ortega, el Moruno, a la pena de muerte, y a indemnizar con 5.000 pesetas a la familia de la víctima.

A José Hernández a la pena de catorce años y un día de cadena temporal.

Elena Amate es absuelta libremente.

El fallo ha producido sensación, y en general ha sido bien acogido.





Fuentes:

  1. El sacamantecas de Gádor, un hombre del saco muy real: http://www.muyinteresante.es/revista-muy/noticias-muy/articulo/el-sacamantecas-de-gador-un-hombre-del-saco-muy-real
  2. Carlos Maza Gómez. El crimen de Gádor y la tuberculosis.
  3. El crimen de Gádor. El hombre del saco, asustaniños y sacamantecas: http://www.culturandalucia.com/ALMER%C3%8DA/El_crimen_de_Gador_Almeria.htm
  4. José Manuel García Bautista. Guía de Andalucía mágica.
  5. Mundo gráfico. Hemeroteca digital de la Biblioteca Nacional: http://hemerotecadigital.bne.es/issue.vm?id=0002070549&search=&lang=es
  6. La Correspondencia de España. Números del 28 de noviembre al 2 de diciembre de 1911.
  7. Diario de Almería. Moruno, Leona, Agustina y El Tonto. El día después: http://www.elalmeria.es/article/almeria/540303/moruno/leona/agustina/y/tontoel/dia/despues.html
  8. ABC. El verdadero hombre del saco: http://www.abc.es/abcfoto/revelado/20140925/abci-crimen-hombre-saco-201409242057.html
  9. Etnografía negra. El crimen que dio lugar a la leyenda de "El Sacamantecas": http://www.funjdiaz.net/folklore/07ficha.php?ID=417
  10. Diario "La Independencia". Números de julio y agosto de 1910.
  11. El crimen de Gádor o la inconcebible crueldad humana: http://www.abc.es/espana/crimenes-extraordinarios/abci-crimen-gador-o-inconcebible-crueldad-humana-201711190124_noticia.html