Terminaba mi estancia en el norte de España. Tenía un par de días libres hasta el siguiente viaje, así que decidí pasar por Reinosa y Aguilar de Campoo para tratar de averiguar algo sobre el caso de las niñas Virginia y Manuela, dos niñas de Aguilar de Campoo que desaparecieron en Reinosa cuando hacían dedo para volver a su pueblo, después de haber pasado la tarde en una discoteca.
La única fuente con un mínimo de información que había encontrado en la red era un artículo del diario "El País":
Y fue la que utilicé como fuente principal al escribir una entrada sobre las dos niñas en mi blog:
Con la ayuda de la aplicación Booking.com, reservé un hotel barato en Reinosa -no hacía falta más, porque sólo lo iba a utilizar para dormir- y al día siguiente partí para el pueblo.
Dejé el equipaje en el hotel y busqué la parada de taxis más cercana. Los taxistas suelen saber dónde están todos los sitios de interés y además se enteran de todo lo que se cuece gracias a los comentarios de sus pasajeros. Para una visita rápida, consideré que era la mejor opción.
Según "El País", las niñas habían ido a la discoteca "El Jardín de Cupido", que yo no había conseguido encontrar en internet, así que le dije a Carlos -el taxista- que me llevara hacia allí.
- No, no, en Reinosa no existe ninguna discoteca con ese nombre. Eso que usted me dice es un parque.
- Verá, quiero escribir algo sobre las dos niñas que desaparecieron en el pueblo hace unos veinte años y tenía entendido que habían ido allí.
- Conozco el caso, yo estaba en la edad de ir a discotecas por aquél entonces y la discoteca se llamaba "Cocos".
- Perfecto. Entonces lléveme a "Cocos".
De camino le pregunté algunas cosas más y me enteré de la zona en dónde las niñas se habían puesto a hacer autostop.
Carlos paró en la Plaza de la Constitución, una pequeña plaza que era el núcleo de la zona de copas del pueblo.
Bajé del taxi y saqué unas cuantas fotografías. Las discotecas estaban cerradas. Ni era hora, ni era día. Me habría gustado hablar con alguna de las amigas de las niñas en aquella época, pero no veía forma de localizarlas. Sólo podía conseguir esa información a través de algún familiar de Virginia o de Manuela. "Cocos" había cerrado -luego averigüé que en 1997- y ahora se llamaba "Cum Laude".
Salí hacia lo que parecía ser la calle principal del pueblo, y tomé más fotos de la estación, la parada de autobuses y la zona en dónde Carlos me había indicado que se pusieron a hacer dedo.
No había mucho más que hacer, así que me volví al hotel y tomé algunas notas. Ahora tocaba ir a Aguilar de Campoo, el pueblo de las niñas.
De modo que al día siguiente, después de tomar un café rápido en el hotel, tecleé en el gps "Aguilar de Campoo - Plaza de España".
Quería intentar conocer a Dª Trinidad Espejo, la madre de Virginia. En el famoso artículo de "El País" se comentaba que tenía la costumbre de acudir cada tarde al hogar del pensionista.
Mientras conducía hacia Aguilar iba pensando... ¿Qué habrá pasado con las niñas? En algún momento dado, el secuestrador tuvo que desviarse del camino... ¿Hacia dónde irían?
La carretera tiene que haber cambiado mucho. Ahora es una autovía, la A-67, y no pude ver ni una sola salida a ninguna parte hasta que llegué al desvío de Aguilar de Campoo, y son veintiocho kilómetros. Sólo campos, árboles y ganado a ambos lados del camino. Seguro que en el año 1992 habían ido por la N-611. ¡Dichoso gps!
Tomé el desvío a la derecha, a la altura de la famosa fábrica de galletas Gullón -que después resultaría ser más importante para mí de lo que parecía-, y me dirigí hacia el pueblo, rumbo a la Plaza Mayor.
Aparqué y volví a utilizar mi viejo truco -bueno, no tan viejo-, pero fallé miserablemente. En la parada de taxis había tres vehículos... Pero sin conductor. Ya prácticamente nadie coge taxis en el pueblo. Llegó a haber doce licencias, en los buenos tiempos, pero ya sólo quedan seis y van a menos. Y como no hay mucho trabajo, los taxistas no se molestan en quedarse en el vehículo y dejan una tarjeta con el número del móvil en el salpicadero, para quien quiera avisarlos.
Llamé al número y el taxista, que estaba en un bar frente al vehículo, salió.
La primera en la frente. Si hubiera hablado un poco más alto, me habría podido oír sin recurrir al teléfono.
La primera en la frente. Si hubiera hablado un poco más alto, me habría podido oír sin recurrir al teléfono.
- ¿Me puede llevar al Hogar del Jubilado?
- ¡Pero si está aquí al lado!
- No importa, no soy del pueblo y no sé dónde está, lléveme de todas formas.
- No, si ya se nota que no es usted del pueblo...
Me llevó hasta la puerta del Hogar, pagué los cuatro euros de la carrera -la bajada de bandera- y me dirigí a la entrada.
Para entrar en el Hogar del Jubilado hay que subir una pequeña rampa. Allí estaba yo, con una cierta duda antes de entrar. Había un anciano plantado delante de la puerta. Le hablé desde abajo.
- Buenos días. Perdone, ¿no conocerá usted a Dª Trinidad Espejo?
- Suba usted, joven, que desde ahí no le oigo bien.
Suspiré para mis adentros... "Así que joven... en esta vida todo es relativo..."
Subí por la rampa y repetí mi pregunta.
- Pues no me suena de nada. Pase, que preguntamos.
El recepcionista tampoco la conocía. El abuelito de la entrada me acompañó a la planta superior, por una escalera de caracol. Una trampa para ancianos. O quizás fuera una máquina de fitness con aspecto de escalera. Nunca se sabe.
Entramos en el despacho de la asistente social. Me presentó a una chica (esta sí que era joven de verdad). Pero tampoco la conocía por el nombre. Mientras tecleaba para buscarla en la base de datos, el anciano se despidió y se marchó. Aproveché para cerrar la puerta.
- ¿No te importa, verdad? Así estamos más tranquilos -le dije a la chica, esperando que no se mosqueara.
- Pues sí, es socia -me confirmó- pero no me suena.
Se levantó y se puso a buscar en un fichero. Sacó una de las fichas y miró la foto.
- ¡Ah, sí! ¡Ya sé quien es! Pero no puedo facilitarte su dirección, ni su teléfono, ni su fotografía. Pero viene todas las tardes. ¿Por qué quieres verla?
Me alegré de haber cerrado la puerta. Se lo conté. La asistente social frunció el ceño.
- Espero que a la buena señora no se le vaya a revolver el tema.
- Sólo quiero que me la presentes. Tú no sabes nada, no te he dicho para qué he venido. Simplemente nos pones en contacto, y a ver si consigo que me escuche, aunque por lo que cuenta la prensa, no quiere hablar del tema. Al menos, con periodistas. ¿Vas a estar aquí esta tarde?
- Sí.
- Entonces volveré cuando Dª Trinidad esté por aquí y me la presentas. ¿Sobre las seis?
- Lo mismo un poco antes.
- De acuerdo, hasta luego entonces.
Al menos la conocería, aunque no quisiera contarme nada de su hija.
Salí de la placita de Marmolejo, en dónde esta el Hogar del Jubilado, por un pequeño callejón. No más de quince metros... y me encontré en la plaza en dónde había cogido el taxi.
La segunda en toda la boca...
Me metí en un bar con wifi -aunque me dieron la clave no conseguí conectar mi tablet a la red- y me puse a escribir para hacer tiempo hasta mi cita con Dª Trinidad.
A las seis menos cuarto de la tarde estaba hablando de nuevo con Saray, la asistente social. En cuanto la miré a los ojos supe que algo no iba bien:
- ¡Hola!, buenas tardes.
- Hola... Es que... me he puesto en contacto con la familia. No quiere hablar contigo, pero al decirle que eras de Madrid me han dicho que si tienes mucho empeño puedes ir a hablar con su hijo. Se llama Emilio y trabaja en Gullón, en la fábrica que habrás visto al entrar en el pueblo. Sale sobre las siete. Me ha dicho que preguntes por él, suele actuar como portavoz de la familia en el tema de su hermana.
- Pues muchas gracias, la verdad es que no veía muy claro que pudiera hablar con Dª Trinidad, así que me viene muy bien el poder hablar con su hijo.
Me despedí de Saray y me dirigí hacia la fábrica. Naturalmente, la asistente social había cumplido con su obligación, informar a la familia. Debí verlo venir. De todos modos, la alternativa era suficientemente buena. Tener un encuentro emocional con la madre habría sido incómodo para los dos. Lo último que yo quería era traerle malos recuerdos a la buena señora.
La fábrica de galletas Gullón, en Aguilar de Campoo
Aparqué en el único sitio libre que quedaba y hablé con el vigilante, para que avisara a D. Emilio Guerrero que yo había llegado. Accedió a verme, así que me volví al coche para hacer tiempo hasta que llegaran las siete de la tarde, que era la hora a la que salía del trabajo.
Mientras escuchaba un cd, alguien golpeó el cristal de la ventanilla derecha con los nudillos. Deduje que era Emilio.
Bajé del coche y nos saludamos. Me ofreció que habláramos en una sala de reuniones de la fábrica -un "box", según me dijo- y me pareció perfecto.
Entramos en la fábrica, nos acomodamos en el "box" y estuvimos hablando más de hora y media. Le conté quién era y lo que hacía, y le mostré mi blog en el tablet. En el transcurso de la conversación nos intercambiamos direcciones de correo y le dije que le mandaría el texto de la entrevista por email para que me diera su visto bueno, antes de publicarla en mi blog, y estuvo de acuerdo. Después nos despedimos.
Me volví a Reinosa. Después de pasar la noche en el hotel, tocaba regresar a Madrid. Encendí la radio del coche.
- ... otra llamada de los oyentes. ¿Con quién hablo, por favor?
- ¡Con María Ángeles!
- ¿María Ángeles qué más?
- ¡No! ¡María Ángeles Gómez!
Sonreí. No había estado tan mal el viaje, después de todo.