domingo, 1 de junio de 2014

Catástrofes médicas. Tricho System.




El 28 de diciembre de 1895, el físico alemán Wilhelm Roentgen publicaba su trabajo Ueber eine neue Art von Strahlen, en el que anunciaba el descubrimiento de los rayos X, que también se conocerían como rayos Roentgen. Por ello se le concedería el Premio Nobel de Física en 1901. Fue lo suficientemente idealista como para rechazar cualquier tipo de patente asociada a su descubrimiento, ya que deseaba que toda la humanidad se pudiera beneficiar de sus aplicaciones prácticas. Sus buenos deseos no siempre se harían realidad.



Wilhelm Roentgen


Sólo un año después del descubrimiento de Roentgen, se comenzó a usar los rayos X como medio diagnóstico y terapéutico. En 1896, el físico Leopold Freund los utilizó para tratar la hipertricosis de la espalda de uno de sus pacientes. Después de 12 sesiones y 20 horas de exposición a la radiactividad, el vello comenzó a caerse.

En 1903 el premio Nobel de Física sería concedido a Henri Becquerel y a Pierre y Marie Curie. Estos últimos habían descubierto dos nuevos elementos químicos radiactivos: el polonio y el radio. Marie se quedaría ciega y moriría de anemia aplásica, un primer aviso de las terribles consecuencias de la exposición a la radiactividad. Otros investigadores también lo pagarían muy caro, hasta que la comunidad científica fue consciente del peligro.



Madame Curie


En 1905, Albert C. Geyser presentó el Tubo de Cornell, construido de vidrio con plomo, que supuestamente eliminaría el peligro de la radiación. Se había descubierto que los rayos X destruían los folículos pilosos, así que el nuevo instrumento de Geyser se empezó a anunciar como la máquina mágica que eliminaba el vello y el acné. La ventana del tubo se situaba en contacto directo con la zona a tratar, de tal modo que esa parte del tejido era la única que recibía el efecto ionizante de los rayos X. Lupus, acné, manchas, úlceras, eczemas, verrugas e hipertricosis comenzaron a tratarse con el nuevo método mágico. No obstante, Geyser era consciente del peligro, ya que él mismo había perdido varios dedos de la mano izquierda como consecuencia de la exposición a la radiación.




Aún así, Geyser y su hijo Frank creyeron haber dado con un protocolo de tratamiento seguro, que destruía los folículos pilosos sin causar dermatitis ni otras lesiones permanentes. De modo que Albert patentó su invento y en 1924 formó una empresa para su explotación comercial, la Tricho Sales Corporation, que se dedicó a la venta y alquiler de las máquinas de rayos X que incorporaban el tubo de Cornell. Después de un entrenamiento de dos semanas, los "especialistas" de la franquicia de los Geyser ya estaban listos para manejar la nueva máquina. No habiendo ningún control, ni ley alguna al respecto, pronto hubo tubos Cornell en más de 75 ciudades del país, irradiando a millones de mujeres.

Y todo porque el lanzamiento del sistema, acompañado de una gran promoción, fue un éxito instantáneo. Aquí podemos ver un ejemplo de una de las campañas publicitarias de la época, en la que una diminuta e insinuante Ann Pennington -una conocida actriz, bailarina y cantante de Broadway- mostraba una de sus axilas y sus piernas, sin rastro alguno de vello, después de haberse sometido supuestamente al nuevo tratamiento. Ahora todas las mujeres podían tener una piel con la suavidad de la de una princesa gracias a Tricho System.





Se decía que el tratamiento era seguro, moderno y científico, pero no se mencionaba que utilizaba rayos X. Encantadas de renunciar al rasurado, la depilación eléctrica, las cremas depilatorias, la cera, la fricción y otros métodos desagradables cuando no dolorosos, las damas de la época, que empezaban a querer parecerse a las beldades de Hollywood, se agolpaban ante los institutos de belleza para someterse al nuevo milagro de la ciencia, y decenas de miles de ellas fueron tratadas mientras los beneficios de los Geyser crecían como la espuma hasta que amasaron una fortuna. El tratamiento funcionaba, no ocasionaba molestia alguna y parecía inocuo y sencillo. Sólo había que sentarse delante de la máquina, que tras ser encendida se apagaba automáticamente tres o cuatro minutos después.

Desgraciadamente, con el tiempo se haría evidente que las pacientes perdían algo más que el vello. La radiación provocaba mutaciones genéticas del ADN a nivel celular y las afectadas podían sufrir de radiodermatitis, quemaduras, úlceras y, a largo plazo, cáncer. El proceso comenzaba con una pigmentación o despigmentación de la piel. Luego aparecían puntos blancos, que podían convertirse en úlceras, tumores o carcinomas complejos. Nunca se conocerá el número exacto de víctimas del tratamiento, ya sea por lesiones, cáncer o muertes prematuras de origen no diagnosticado.








El edificio se derrumbó cuando los efectos a medio y largo plazo de las enormes dosis de rayos X comenzaron a aparecer. Jamás sabremos cuánto se tardó en relacionar los daños con su origen real. El caso es que las clientes afectadas comenzaron a interponer reclamaciones legales por todo el país. En 1926, Ida E. Thomas demandó a Frank Geyser ante el Tribunal Supremo, reclamando 739 dólares -el coste del tratamiento- más otros 100.000 dólares de indemnización por daños y perjuicios. En 1929, la Asociación Médica Americana por fin se dio por enterada del problema y condenó el tratamiento de Geyser porque producía "queratosis precancerosa y otros efectos indeseables", aunque hubo salones de belleza clandestinos que lo siguieron ofreciendo. Finalmente, un grupo de mujeres neoyorquinas interpusieron una demanda colectiva contra la compañía. La Tricho Sales Corporation se derrumbó en 1930, para desaparecer en 1932. Los Geyser se evaporaron y sus pacientes tuvieron que hacer frente a la catástrofe ellos mismos. Wilhelm Roentgen, el idealista, debía de estar removiéndose en su tumba.





En 1970, un estudio determinó que más de una tercera parte de los cánceres por causa de radiación en mujeres desde 1924 tenían su origen en el tratamiento depilatorio por rayos X, en lo que fue llamado "Síndrome Hiroshima norteamericano femenino".

En los años 40 la FDA -por fin- prohibió el tratamiento. Pero ya era demasiado tarde. Afortunadamente, las iniciativas civiles ya lo habían hecho impopular, salvando incontables vidas y daños invalidantes, al suplir la inutilidad de la administración pública.



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¿Cuánto tendremos que esperar para que se reconozcan otro tipo de errores médicos por imprudencia, irresponsabilidad o genocidio criminal? ¿Cuántas víctimas necesita el Sistema para reaccionar?

Por poner uno de tantos ejemplos... ¿Se reconocerá dentro de unos años que el timerosal es tóxico o que la vacuna del vph es inútil y causa graves efectos secundarios?

Para entonces, más vale que la población se haya dado cuenta por sí misma del problema y haya actuado en consecuencia. Por el bien de todos.


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Fuentes:



http://en.wikipedia.org/wiki/Wilhelm_R%C3%B6ntgen

http://es.wikipedia.org/wiki/Marie_Curie

http://en.wikipedia.org/wiki/Albert_C._Geyser

http://en.wikipedia.org/wiki/Dark_Matters:_Twisted_But_True

http://en.wikipedia.org/wiki/Hair_removal

http://www.cosmeticsandskin.com/cdc/xray.php

http://www.hairfacts.com/methods/x-ray-hair-removal/

http://leftbrainrightbrain.co.uk/2007/09/29/history-teaches-quackery-hard-to-kill-people-not-so-much/

http://radicalarchives.org/2012/12/16/murray-bookchin-using-x-rays/

http://www.jpma.org.pk/full_article_text.php?article_id=4693

Macabro pero cierto. El precio de la belleza:
http://www.dailymotion.com/video/x1y0tgc_macabro-pero-cierto-el-precio-de-la-belleza_webcam


1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy interesante, como todos los posts. No tenía ni idea de esto. A saber con cuantos tratamientos más hemos sido conejillos de indias y nunca lo sabremos. Gracias