sábado, 11 de marzo de 2017

Helena de Troya #2.






Muy lejos de allí, hacia el sur, la reina se encontró de repente una vez más en el palacio ficticio de José de la Reina. Como la vez anterior, se proponía poseerla de inmediato, y ella se sintió todavía más desamparada que antes, porque todos los intentos del rey para salvarla habían fallado. Después, sin que se lo pidiera, José de la Reina continuó su historia, y entonces la reina se dio cuenta de hasta qué punto estaba ansioso por contarla. Le dijo:

"Aprendí del profeta Elías que el secreto para capturar a Asmodeo y Lilith, los mismisimos dueños de las Fuerzas de la Oscuridad, sólo me podía ser revelado por Metatrón, Príncipe de los Ángeles. Para invocar a Metatrón y a su carro de fuego era necesario que mis discípulos y yo subsistiéramos con un mínimo de recursos durante veintiún días, hasta purificar nuestros cuerpos. Además, debíamos sumergirnos en agua veintiuna veces diarias y fortalecernos tan sólo con el aroma de las especias, especialmente incienso puro. Transcurridos los veintiún días, ayunaríamos tres días con sus noches y al tercer día, a la hora de las plegarias nocturnas, debíamos ponernos nuestras filacterias, cubriéndonos el rostro con el chal ceremonial y entonces, y sólo entonces, pronunciaríamos una letanía de nombres sagrados que Elías nos había revelado.

Hicimos exactamente lo que Elías nos había dicho, hasta que al finalizar el tercer día de completo ayuno, nos sentimos como si nuestras almas fueran a abandonarnos. Nos pusimos nuestra filacteria y nuestro chal ceremonial y, finalmente, pronuncié los sagrados nombres que Elías nos había revelado. Rayos y truenos retumbaron sobre nosotros, se abrió el cielo y caímos al suelo con rostro aterrorizado. Toda la tierra temblaba como si fuera a partirse en dos. Un fuerte torbellino se arremolinó a nuestro alrededor, del que surgió una voz terrorifica: "Hablad, vosotros que sois tan sólo carne y sangre, gusanos y polvo. ¿Por qué me habéis convocado aquí? ¿Es así como honráis a vuestro Creador?" Repliqué: "Soy como una piedra sin vida en vuestra presencia. Sin vuestra ayuda ni siquiera tendría fuerzas para hablar".

"Entonces el ángel Metatron -porque de él se trataba- me tocó, y una descarga recorrió mi cuerpo, como si hubiera sido alcanzado por un rayo. Advertí que mis fuerzas no sólo se habían restaurado, sino que se habían incrementado. Revelé mis intenciones al Príncipe de los Ángeles, y cuando vio que mi objetivo era restaurar el mundo al estado en que se hallaba antes de la expulsión del Paraíso, finalmente reveló el gran misterio que tanto había deseado conocer: cómo capturar a los soberanos diabólicos. Y Metatrón nos advirtió que tuviéramos mucho cuidado para no olvidar ninguno de los detalles que nos había confiado. Entonces el ángel partió en su carro ardiente, dejándonos estupefactos y temerosos, porque todo aquello que anhelábamos estaba ahora a nuestro alcance.

Una vez más, cuando José de la Reina recordó lo cerca que había estado de completar su misión, cayó en un malhumorado silencio, mientras la Reina Dolphina seguía rezando para que terminara la noche. Aún así, para ser sinceros, también tenía curiosidad por saber cómo aquel orate había intentado capturar a los Soberanos de la Oscuridad y cómo había fracasado. Y se preguntaba si esta historia podría contener alguna pista para librarse de sus garras.

Con las primeras luces del alba, José de la Reina se levantó como la vez anterior, pronunció el hechizo dándole la espalda y un instante después la reina se encontró de vuelta en su dormitorio, donde el rey y sus guardianes habían pasado una terrible noche. El rey se alegró tanto de ver a su esposa que derramó lágrimas y la abrazó, prometiendo encontrar una forma de salvarla del monstruo que se la había arrebatado de los brazos. Ese día el rey hizo llamar a todos sus adivinos y les advirtió que sus vidas peligraban si no protegían a la reina de aquella magia terrible. Los augures trataron de explicar que jamás habían tenido que enfrentarse a semejante magia, pero el rey rehusó escucharlos. Finalmente, uno de los adivinos se le acercó y dijo "He leído, Majestad, que la única manera de someter a semejante mago es obtener un objeto que le pertenezca. No parece probable que podamos evitar que vuelva a llevársela esta noche, si ése es su deseo, pero quizás la reina pueda encontrar la forma de arrebatarle alguna de sus posesiones. Entonces podremos utilizarla en nuestros hechizos." Y cuando se informó a la reina del plan, prometió traer algo, si era posible, porque ella más que nadie quería que la pesadilla terminara.






A medianoche, volvió a suceder -la reina se desvaneció ante todos los que intentaban mantenerla a salvo. Y de nuevo se encontró en los brazos del lunático, que la violó sin vacilar. En tales momentos, la reina intentó evadir sus pensamientos de lo que estaba sucediendo, concentrándose en hallar algo que pudiera llevarse con ella esa noche, algo que pudiera revelar a los hechiceros la localización exacta del palacio. Entonces sus ojos se posaron sobre un cáliz dorado que se hallaba junto a la cama. Sin que José de la Reina lo advirtiera, lo asió y lo deslizó bajo la almohada. Y esta sola acción le dio fuerzas para soportar las largas horas que faltaban antes del amanecer.

Como la vez anterior, en cuanto José de la Reina hubo satisfecho su lujuria, comenzó a hablar, continuando su historia como en un trance. "Nada más irse Metatrón en su carro de fuego, partimos en cumplimiento de nuestra misión. Tal y como nos había dicho, viajamos a Monte Seir y ascendimos a su cima. Y allí realizamos multitud de ritos de santidad, ayunamos y rezamos oraciones de unificación. El ángel nos había asegurado que todo lo que hiciéramos en la tierra también se haría en el cielo, y así el poder sagrado podría rodear al maligno, posibilitando su captura y derrota.

Después registramos toda la montaña, porque el ángel nos había revelado que en unas ciertas ruinas nos encontraríamos con el malvado Asmodeo y su esposa Lilith, metamorfoseados en dos perros negros, macho y hembra. Enseguida las descubrimos, y mirando por unos agujeros del muro pudimos ver dos perros terribles, iguales a los que el ángel nos había descrito. También nos vieron y comenzaron a gruñir. Primero era un ruido sordo, pero se hizo más y más estruendoso, hasta que se convirtió en un aullido. Ese ruido terrible me erizó el cabello de la nuca, causándome un gran sufrimiento, pero no retrocedimos. No; nos abrimos paso entre las ruinas, con dos cadenas en las manos en cuyos eslabones estaba grabado el nombre de Dios. Las extendimos ante nosotros y avanzamos hacia los perros, que no intentaron huir, sino que parecían haberse quedado paralizados en el sitio. Finalmente lanzamos las cadenas alrededor de sus cuellos, e instantáneamente los perros se desvanecieron, apareciendo en su lugar dos demonios, en cuyos rostros podía leerse la agonía de la derrota.

Entonces todos sentimos una gran emoción, porque habíamos logrado lo que nadie se había atrevido a intentar, y los Soberanos del Mal eran nuestros prisioneros, sometidos a nuestros deseos. El ángel nos había advertido que tuviéramos cuidado para no darles sustento alguno. Pronto comenzaron a pedirnos comida y bebida, pero no les dimos nada. En cambio, los condujimos montaña abajo, siguiendo las instrucciones del ángel. Durante todo el camino nos suplicaron que les diéramos al menos unas gotas de agua, pues tenían seca la garganta. Sus peticiones me conmovieron, pero me las arreglé para ignorarlas, porque recordaba las advertencias del ángel.

Justo cuando llegábamos al pie de la montaña -ese montaña en la que mayor era el poder de los demonios- Lilith y Asmodeo hicieron las más desgarradoras súplicas, diciendo que no podían continuar, ya que se habían quedado sin fuerzas. Pidieron que al menos se les concediera aspirar algo de incienso, que les diera las fuerzas suficientes como para continuar. Me resultó difícil negarme, porque no podía imaginar que tal bagatela pudiera ser peligrosa. Por tanto les permití que inhalaran algo de nuestro incienso, y no necesitaron nada más para liberarse de sus cadenas. Al momento vi como Asmodeo se hacía con el primero de mis discípulos y lo lanzaba a tal distancia que lo perdimos de vista. Uno tras otro, todos mis discípulos desaparecieron del mismo modo y sin duda todos ellos encontraron la muerte.

En menos de un minuto yo era el único que permanecía con vida. Asmodeo me miró ferozmente y mi corazón casi cesó de latir. Luego me levantó y me lanzó como a los otros, de modo que me encontré volando a través de los aires como si tuviera alas. El vuelo pareció no tener fin, hasta el punto que sentí como si hubiera atravesado más de la mitad de la Tierra. Inesperadamente me desplomé en el suelo, en una zona verde, y entonces, de repente, unos brazos frenaron mi caída y me rodearon. Cuando advertí que no había muerto, porque esos brazos lo habían evitado, alcé la vista y vi que quien me había agarrado era nada menos que la propia Lilith. Mi asombro fue extraordinario, y al advertirlo me dijo: "Quizás te preguntes por qué te he salvado la vida, cuando querías destruirme. La respuesta es que he visto en ti un atisbo de maldad y ahora que estás en mi poder ¡convertiré esas ascuas en llamas!"

Con estas palabras José de la Reina cesó de hablar y miró ferozmente a la Reina Dolphina. Su mirada era tan terrible que temió que la matara allí mismo. Pero ese instante de odio se desvaneció, sucedido por otro de dolor y, tal y como había sucedido en ocasiones anteriores, el hechicero se sumió en un estado de malhumor y silencio. La Reina Dolphina no se atrevió a moverse y apenas respiraba, temerosa de lo que podía venir a continuación. Pero al mismo tiempo estaba maravillada ante la historia que le había contado, y por fin comprendió el origen de su maldad: estaba por completo a merced de la diablesa Lilith, que le había dado el poder de transportarla a ella, la reina, a sus aposentos, para hacer con ella lo que le placiera.

Parecieron transcurrir años antes de que por fin llegara el alba. Y entonces José de la Reina se incorporó y murmuró las palabras que liberaban a la reina de su hechizo. Pero en cuanto se volvió, la reina metió la mano bajo la almohada y asió el cáliz dorado y cuando, instantes después, volvió a aparecer en la cámara real, ¡todavía tenía el cáliz! El rey fue el primero en verlo. Lo agarró y se lo entregó a sus adivinos, demandando que descubrieran de dónde venía. Los augures se ausentaron apresuradamente para realizar sus ensalmos, esperando que revelaran el secreto. Y he aquí que antes de que transcurriera una hora volvieron con una sonrisa en sus rostros, porque sus hechizos habían funcionado y habían descubierto cuál era la ciudad en la que el mago residía. Es más, incluso sabían en qué casa se ocultaba. Al enterarse de todo esto el rey, sin un momento de vacilación, ordenó que todos los guardias de palacio salieran de inmediato para que llegaran a la ciudad antes de medianoche. Minutos después los guardias espoleaban a sus monturas mientras galopaban hacia su objetivo.

En condiciones normales la distancia hasta la ciudad representaba dos días de viaje, pero en esta ocasión los soldados no se detuvieron a comer ni a descansar, ni siquiera un momento. Continuaron implacablemente hacia su destino para llegar antes de medianoche, evitando así otra noche de tortura a la reina. Al dar las doce llegaron a la puerta de la casa en la que se ocultaba el brujo. En verdad no se asemejaba al palacio descrito por la reina, pero eso era algo que ya les habían advertido los augures. Sin dudarlo ni por un momento, echaron la puerta abajo, justo cuando José de la Reina iba a pronunciar el hechizo para transportar a la reina hasta su lecho. No podía creer que lo habían descubierto. Por un terrible momento se miraron unos a otros, y luego pronunció un hechizo -no el que convocaba a la reina, sino uno de invisibilidad- y de repente se desvaneció ante sus ojos.




Los soldados no podían creer que se les hubiera escapado tan repentinamente, y registraron el palacio de arriba abajo, pero no encontraron ni rastro del hechicero. Había caminado entre ellos al amparo de su invisibilidad, deslizándose hacia la puerta.

Pero el conjuro de invisibilidad duraba tan sólo unas pocas horas y no podía renovarse hasta transcurrido un día. José de la Reina sabía que tenía que buscar un refugio seguro para ocultarse antes de que el hechizo expirara, ya que los soldados lo habían visto y lo buscaban por todas partes. José de la Reina recordó que había una cueva junto al mar, al borde de un acantilado. Lilith lo había llevado allí cuando había sido arrojado a Francia desde Tierra Santa por Asmodeo. Y bajo la luz de la luna llena partió hacia el mar. Llegó poco antes de que el hechizo se disipara y rápìdamente se ocultó en la oscura cueva, en dónde no pudiera ser visto incluso cuando fuera visible de nuevo. Tan sólo cuando estuvo por fin a salvo advirtió el terror que lo había invadido. ¿Cómo es posible que lo hubieran encontrado? No veía cómo, a no ser que la reina se hubiera llevado alguna de sus pertenencias a palacio. Ahora tenía que renunciar a ella, no podía arriesgarse intentando volver a capturarla.

Los primeros días posteriores a su cercana catástrofe, José de la Reina durmió entre las tinieblas de la cueva. Cada vez que despertaba y rememoraba su humillación se obligaba a volver a dormirse. Finalmente el hambre lo mantuvo despierto y advirtió que tenía que buscarse el sustento. De nuevo invocó los hechizos que le había enseñado Lilith, transportando el palacio de Asmodeo, con todo su mobiliario, al interior de la cueva. También hizo uso de los hechizos que le proporcionaban cualquier alimento que deseara. Y poco a poco se recobró de su sobresalto. No era el primero que había tenido que soportar, pero sí el más difícil de sobrellevar. Haber fallado como hombre santo era una cosa, pero haber fallado como mago era algo muy distinto. Imágenes de venganza le asaltaban con frecuencia, pero se daba cuenta que el rey tenía a sus propios hechiceros esperando combatir su magia y que era demasiado peligroso desafiarlos de nuevo.

Al fin, la lujuria volvió a invadirlo. Y un día vino a su mente un pensamiento que le dio fuerzas para vivir. Quizás era cierto que la Reina Dolphina era la más hermosa mujer del mundo, pero eso tan sólo era cierto en su época. En el pasado había habido otras mucho más hermosas, y sobre todas ellas destacaba aquella cuya belleza había provocado la Guerra de Troya: Helena de Troya. La idea de poseer a una belleza tan legendaria le invadió poco a poco, borrando el recuerdo de la Reina Dolphina y la humillación que había sufrido a sus manos. Y en poco tiempo llegó a consumirle la idea de que debía hacer suya a Helena de Troya.





Gracias a los secretos que los ángeles le habían revelado y los que Lilith le había proporcionado, sus poderes eran grandiosos, y al final descubrió la forma de transportar a un ser humano no sólo a través del espacio, sino también a través de los siglos. La primera vez que pronunció el hechizo se estremeció. Por un momento el palacio ficticio en el que vivía pareció parpadear, como si la ilusión fuera a desvanecerse, y de repente le sobresaltó el lloriqueo de un bebé. Y advirtió, para su sorpresa, que había un bebé en su cama llorando a todo llorar. No obstante, el sobresalto desapareció pronto y se dio cuenta que su primer intento había sido fructífero, si bien había convocado a Helena en un momento temporal demasiado temprano para sus propósitos.

Rápidamente, consumido por la impaciencia, José de la Reina pronunció un sortilegio que devolvió al bebé a su origen, y luego convocó a una Helena mayor que la anterior. Era evidente cuánto la deseaba, y estaba seguro de que estaba a punto de saciarse con ella. De nuevo el palacio parpadeó, esta vez más que la anterior, y entonces apareció una figura sobre la cama, la de Helena de Troya. Pero no la que había esperado encontrar. No. Ésta llevaba un sudario devorado por los gusanos y no era más que un montón de huesos. Pero lo más terrible es que el esqueleto estaba vivo. Al invocarla desde el pasado, José de la Reina le había devuelto la vida. Y mientras lo contemplaba con horror, los brazos del esqueleto se abrieron y se extendieron para abrazarlo.





Una ola de terror se apoderó de José de la Reina, y salió precipitadamente de la estancia, pero también allí los huesos de la que una vez fuera hermosa Helena lo aguardaban, buscando un abrazo, y el aterrado brujo salió corriendo de la casa. Consumido por el pánico olvidó que el palacio no era más que una ilusión, y que su verdadero hogar era una cueva situada al borde de un acantilado con vistas al mar. En cuanto puso un pie al otro lado de la puerta comenzó a caer. Y un segundo antes de que su cuerpo se estrellara contra las rocas vio los huesos de Helena, que lo esperaban con los brazos abiertos.


Howard Schwartz
Traducido del inglés por Nozick





Fuentes:


  1. Helen of Troy. From “Lilith’s cave. Jewish tales of the supernatural.” 1988. Copyright: Howard Schwartz.
  2. http://lawebdelassombras.blogspot.com.es/2016/08/helena-de-troya-1.html

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buena historia, teológicamente se puede interpretar creo que así, la historia de la eterna tentación del hombre que se cree espiritualmente puro (y bondadoso en grado máximo)en contacto, una prueba final de su pureza, con lo malvado en grado supremo (los demonios), José de la Reina, hombre en principio espiritualmente tan puro que se creía preparado para dominar a los mismísimos demonios principales y no caer en sus garras , incluso creyó que podría hasta dominarlos y revertirlos en su maldad, contacta con el Ángel Metatrón de las jerarquías celestiales que le vino a decir, ¿Cómo?, tu José creo que no sabes de lo que hablas, otros seres infinitamente en principio más espirituales y poderosos "cayeron" tiempo ha en el poder del Mal supremo (el reverso oscuro de la fuerza se diría ahora) y tú, humano, ¿crees que podrás vencer donde ellos no pudieron?, ah sí, insistes, pues venga te doy la llave para que contactes y estrellate, al menos servirá de ejemplo para otros", naturalmente cayó de bruces al instante. Moraleja, dejad a los demonios en sus dominios, pasad olimpicamente de ellos, vivid en paz, no estais preparados en distancia ni de aquí al centro del Universo para vencerlos, no sólo no los venceréis, os condenaréis a ellos

Anónimo dijo...

Siempre se ha dicho que los santos son los que sufren las mayores tentaciones. Lógicamente, pues para los demonios son piezas de caza mayor. Doblegar a un santo es la máxima manifestación de poder que puede exhibir el mal.