"... Las niñas podían estar en el norte de África o sabe Dios dónde. Fernando García, un rostro duro, con viejas cicatrices en la cara, un mal recuerdo de la adolescencia o de la primera juventud, el pelo negro, corto, y la decisión firme en los ojos, había empezado a invadir los telediarios. No se pararía jamás. Primero, los informativos; luego, los programas de televisión enteros, las visitas al comisario, al ministro del Interior y al presidente del gobierno. Los miles de carteles cruzando España y el enigma de Alcácer, extendiéndose y preocupando a todo el país, como una mancha de aceite. Las niñas de Alcácer se hicieron muy conocidas, las adoptaron casi todas las familias españolas y cada vez que salía Fernando García, allí estaban los espectadores preocupados como padres de lo que estaba ocurriendo.
Fernando García temió que se las hubieran llevado unos violadores (fue la primera hipótesis de la policía judicial), pero no quiso limitarse sólo a eso, por lo que preparó un viaje a Londres para ver a Raymond Nakachian, al que también le secuestraron una hija en Marbella, y que se solidarizó con García para imprimir nuevos carteles, con texto en árabe, para ser distribuidos por los países del Magreb. La casa de Fernando, hasta entonces un alegre ático, se fue poblando de fotos de la hija desaparecida. Miriam de fallera, Miriam en traje de noche con sus rotundos catorce años, Miriam en bañador. La ausencia de la hija se compensaba con la presencia fotográfica. Con el tiempo los pasillos, la habitación de Miriam, serían un largo mausoleo donde reinaba la melancolía. Fotos, cuadros, pinturas de la niña. Las zapatillas rosa de baile colgadas sobre su recuerdo. Matilde Iborra, la madre, no podría superarlo. Primero lloró la ausencia, luego enfermó de nostalgia y, finalmente moriría de pena. Matilde era una hermosa mujer, madre de tres hijos, pero a que la pérdida de uno de ellos, la chica, la dejó herida de muerte. Fernando, su marido, pronto abandonaría su trabajo en la fábrica de colchones propiedad de la familia. Los hermanos le seguirían pasando un sueldo, pero él podría dedicarse a buscar la verdad de la desaparición de Miriam sin grandes apuros económicos.
Fernando García temió que se las hubieran llevado unos violadores (fue la primera hipótesis de la policía judicial), pero no quiso limitarse sólo a eso, por lo que preparó un viaje a Londres para ver a Raymond Nakachian, al que también le secuestraron una hija en Marbella, y que se solidarizó con García para imprimir nuevos carteles, con texto en árabe, para ser distribuidos por los países del Magreb. La casa de Fernando, hasta entonces un alegre ático, se fue poblando de fotos de la hija desaparecida. Miriam de fallera, Miriam en traje de noche con sus rotundos catorce años, Miriam en bañador. La ausencia de la hija se compensaba con la presencia fotográfica. Con el tiempo los pasillos, la habitación de Miriam, serían un largo mausoleo donde reinaba la melancolía. Fotos, cuadros, pinturas de la niña. Las zapatillas rosa de baile colgadas sobre su recuerdo. Matilde Iborra, la madre, no podría superarlo. Primero lloró la ausencia, luego enfermó de nostalgia y, finalmente moriría de pena. Matilde era una hermosa mujer, madre de tres hijos, pero a que la pérdida de uno de ellos, la chica, la dejó herida de muerte. Fernando, su marido, pronto abandonaría su trabajo en la fábrica de colchones propiedad de la familia. Los hermanos le seguirían pasando un sueldo, pero él podría dedicarse a buscar la verdad de la desaparición de Miriam sin grandes apuros económicos.
Fernando correría de un lado para otro a todos los programas de radio y televisión, entrevistas con políticos, policías, periodistas y al despacho que le pusieron en el Ayuntamiento de Alcácer. La misma actividad frenética le mantendría distraído, sin casi darse cuenta de que había perdido del todo a Miriam, o tratando de no darse cuenta, agarrado a los viajes, la actividad constante, las discusiones y la marcha de la investigación. García es el primer padre coraje, el primero por ser el más conocido y haberse plantado de forma inamovible: las niñas deben ser halladas, los secuestradores deben ser capturados. García siempre quiso saber la verdad. No es un hombre infalible, ni un santo, pero sí un hombre decidido, valiente, dispuesto a todo para lograr que le hagan caso. Se sabe en posesión de la razón, su razón, y tiene la palanca para levantar el mundo. Fernando García generó una cantidad enorme de solidaridad que se concretó en respaldo social. Atrae la audiencia en las televisiones, las firmas en las concentraciones humanas a las que asiste. Todo el mundo se identifica con el dolor y la lucha de un padre que no descansará hasta saber la verdad.
Matilde Iborra empezó a notar la falta de su marido, que pasaba más noches en los hoteles que en casa. Es posible que hubiera necesitado acompañarle, pero no se sentía capaz. Estaba herida en lo más hondo y además tenía que ocuparse de sus otros hijos. Matilde enfermó gravemente del hígado, tan grave, que la pusieron en la lista para trasplantes. Todo eso fue a lo largo de muchos meses, cuando ya las niñas habían sido halladas, se preparaba el juicio e incluso se celebraba la vista, que comenzó el 12 de mayo de 1997. Matilde acabó por ordenar al hospital que la borraran de la lista de posibles trasplantes porque no quería vivir. Que le consiguieran el hígado a alguien que hiciera mejor uso de él. Matilde Iborra, después de celebrarse el juicio por la muerte de su hija y sus amigas, vio claro que no se sentía con fuerzas para continuar. La ausencia de Miriam era muy pesada, lo que le habían hecho a Miriam era muy duro, y ella no encontraba energía suficiente para superarlo. Matilde Iborra murió como había vivido: de forma discreta, como para no molestar, sencilla y sin ruido. Una mujer encantadora a la que habían partido en dos con el secuestro de su hija.
García tendría que superar la muerte de su esposa, otra de las víctimas del caso Alcácer, como lo había sido años antes el padre de Desirée, el marido de Rosa Folch, una de las familias afectadas. Las otras víctimas de Alcácer incluyen a Fernando, a veces como un zombie, saltando de un avión a otro, con los ojos desencajados, aportando toda la reserva de energías, temible contra los asesinos, procurando no desmayar nunca en público. García puede estar equivocado en sus hipótesis, pero nunca en su postura. Encarna al padre batallador, imparable, que lo entrega todo para averiguar lo que pasó, para que cesen de matar criaturas aquellos que incluso lo convierten en una distracción o un deporte..."
García tendría que superar la muerte de su esposa, otra de las víctimas del caso Alcácer, como lo había sido años antes el padre de Desirée, el marido de Rosa Folch, una de las familias afectadas. Las otras víctimas de Alcácer incluyen a Fernando, a veces como un zombie, saltando de un avión a otro, con los ojos desencajados, aportando toda la reserva de energías, temible contra los asesinos, procurando no desmayar nunca en público. García puede estar equivocado en sus hipótesis, pero nunca en su postura. Encarna al padre batallador, imparable, que lo entrega todo para averiguar lo que pasó, para que cesen de matar criaturas aquellos que incluso lo convierten en una distracción o un deporte..."
Francisco Pérez Abellán
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Fuentes:
Alcácer. Punto final. Toda la verdad diez años después. Francisco Pérez Abellán. Ediciones Martínez Roca S.A. 2002. Páginas 84 y 85.
5 comentarios:
Bonito homenaje a FG y a JIB, gracias Nozick!
Si hay un Dios solo pido que haga justicia y que los asesinos paguen por todo.
Hace tiempo que vi este libro en la biblioteca de un amigo. Sentía curiosidad por este caso pero nunca hasta ahora me decidí a pedírselo para leerlo. Hace pocos días tomé la decisión y la verdad que me arrepiento, porque, de momento y sin haber llegado a la mitad, el trabajo de Pérez Abellán me resulta de lo más patético que he leído en mi vida. No entiendo como alguien que escribe esta ¿investigación? puede estar en el candelero del periodismo de investigación de crímenes. Estoy esperando que me llegue otro libro y cuando eso pase dejaré de leer el de Pérez Abellán y se lo devolveré a mi amigo.
En las primeras 130 páginas que es lo que llevo leído, el autor lo único que hace es divagar sobre Ricart y la familia Anglés. Su conclusión principal, de momento, es que Ricart fue el verdadero autor del triple crimen y Anglés el secundario. ¿Muestra alguna prueba al respecto? Pues no. Solo especula, divaga y lleva al lector al terreno que le conviene. Además con premisas triviales, más propias de una discusión en la barra de un bar que de un trabajo de investigación.
Por ejemplo, en algunos momentos del libro te describe a Anglés como alguien violento, atrevido y manipulador, y en otros momentos es alguien cobarde e incapaz de ciertas cosas. El hecho de que en algunos atracos Anglés se quedara en la calle y Ricart fuera el que entrara a los bancos, le permite concluir al autor que Anglés es el fondo un tipo sin agallas incapaz de llevar la voz cantante en el triple asesinato de Alcácer, por lo que acaba concluyendo, en base a esta única, débil y etérea premisa (opinión), que el autor principal es Ricart. O por ejemplo también cuando reconoce que acceder a la Romana es difícil, pero que no extrañe a nadie que un Opel Corsa cargado con cinco personas lo hiciera, porque a personas como Anglés o Ricart "los bajos de los coches les importan poco".
No esperéis encontrar respuestas o conjeturas a los grandes interrogantes que dejó el caso (vellos púbicos, ausencia de restos de las niñas en la Romana, etc.). Pérez Abellán pasa de puntillas y apuntala la versión oficial. No aporta datos ni testimonios nuevos y me da la sensación que solo ha leído el sumario. Se pasa buena parte de lo que he leído del libro divagando, opinando. Su lenguaje además por momentos se vuelve vulgar, cutre, impropio de una investigación que se publicó por un periodista supuestamente serio, en una editorial supuestamente seria y sobre un crimen muy muy muy serio.
Que este libro se llame "punto final", dando a entender que en él están las llaves definitivas del enigma de Alcácer, es arrogancia del autor, una patraña, ganas de engañar al lector. Porque en este libro no se resuelve nada. Solo se opina, divaga, especula... y muy mal por cierto.
Lo único medianamente interesante que proporciona el libro no lo ha escrito Pérez Abellán. Me refiero a las cartas de Ricart que aparecen al final que fueron escritas por este sujeto en sus primeros años en prisión. Se nota a un Ricard desequilibrado, que lo pasa mal, impotente y que subraya su inocencia. Pero datos, información nueva, nada de nada.
En definitiva no perdáis tiempo y dinero con este libro. Mejor leed este blog o escuchad las entrevistas a JI Blanco y F García que se han realizado en los dos últimos años en medios apenas conocidos. Buscad. Tejed vuestra propia versión de los hechos.
En la entrevista colgada en Youtube que en Dimensión Limite le hacen a Blanca Estrella Ruiz, ésta comete la bellaquería de decir que Dª Matilde Iborra se suicidó. La verdad es que la entrevista no tiene desperdicio: más de la mitad del tiempo lo dedica a verter destilado el odio africano que tiene a D. Fernando Gª, a Juan Ignacio Blanco e, incluso, ¡al Dr. Frontela!, al cual se niega a nombrarlo. Sugiriendo cosas muy feas, además.
Una auténtica mala bestia, la tipa esta. Se me quedó muy mal cuerpo después de escucharla.
Propongo una entrada del blog en la que se destripe, punto por punto, el argumentario de esta señora.
Un cordial saludo.
Pronto se sabrá toda la verdad,, no la que nos han vendido,, ya queda menos.
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